Leandro Alem


Leandro Alem
Hace cien años, en 1896 muere Aristóbulo del Valle y el 1° de julio se suicida Leandro Alem. Bastante después un 3 de julio muere Hipólito Yrigoyen y otro 1° de julio Juan Perón. No sólo están próximos en las efemérides.
Alem es el último caudillo del siglo XIX y el primer líder de masas populares que se proyecta al siglo XX y a la modernidad industrial. Como Yrigoyen y Perón fue amado y odiado con pasión; inoportuno y aguafiestas para la Argentina privilegiada, esperanza inmaculada para los humildes y orilleros.
Su cercanía y su distancia con Del Valle también merecen una nueva mirada cien años después. La vida trágica de Alem sigue hablando a los argentinos, por lo que conviene situar la recordación, dar contenido -polémico- a una personalidad que era todo menos anodina.
Hay un primer Alem que alerta y previene en ocasión de la federalización de Buenos Aires. Ante el gran acuerdo Alem, autonomista, advierte sobre el peligro que para la autonomía federal de las provincias supone no discutir adecuadamente las rentas. Se ilusionan las provincias si creen que por federalizar Buenos Aires y su aduana van a resolver el problema de un siglo. Debemos notar los rosarinos de cien años después, cuando hablamos "de los intereses del puerto de Buenos Aires" con cierto facilismo, lo que señalaba Alem: el problema no es el puerto, el problema es la oligarquía que dispone de esa herramienta en su beneficio; la que, insaciable y al servicio del capital extranjero, posee un poder económico monstruoso con el que convierte en ficción el federalismo de la letra de las leyes. No hay discusión sobre autonomía sin discusión de los recursos.
Hay un segundo Alem que nos habla desde el '90. Los dos partidos que han hegemonizado las últimas décadas de la política argentina ya no tienen diferencias de contenido. Son agrupamientos sin ideales que se reparten el estado y desde éste mantienen una sólida red de clientelismo. Los jueces de paz y los comisarios constituyen esa acabada trama de presión política, donde los votos se compran y votan los muertos. El gobierno allana todo al capital extranjero, que ofrece a cambio garantizar su estabilidad. Se conceden escandalosamente los servicios públicos y se produce una gran indignación por el contrato leonino que se otorga a una empresa de obras sanitarias, donde se sospechan implicados altos personajes del régimen. Los políticos se pasan de bando por dinero a la vista de todos. Los gobernantes, sospechados conrazón de peculado, se muestran fastuosamente con aires de reyes europeos, mientras un pueblo hambreado ve cómo marchan al extranjero las riquezas que produce.
Tan grande es el escándalo, tan burdo el tráfico de influencias, tan notoria la subordinación de la justicia al presidente, tan ficticio el sistema electoral, donde los presidentes y los gobernadores imponen a sus sucesores, donde los parlamentarios acuerdan entre ellos cómo repartirse el dinero de todos, donde la banca extranjera controla a su arbitrio la economía argentina; tan ominoso es todo que hasta sectores de la oligarquía empiezan a advertir que tamaño descrédito amenaza la estabilidad del regimen. Juárez Celman agrupa en su contra a un heterogéneo frente de indignación ciudadana. Surgen la Unión Cívica y la revolución vencida del '90: allí están Alem e Yrigoyen, Juan B. Justo, José Uriburu, Lisandro de la Torre, Aristóbulo Del Valle y Bartolomé Mitre. La revolución es sofocada pero renuncia Juárez Celaman,  a quien sucede su vice, Pellegrini, que pone cara de sorpresa y gesto de condena ante los desmanes de ¡su compañero de fórmula!
Es el momento culminante de Leandro Alem, que se constituye en la Revolución del Parque en el ídolo de las multitudes porteñas. Allí surge y se afirma un liderazgo nacional sobre las masas criollas y los inmigrantes excluidos del festín oligárquico. Alem es el gran aguafiestas, ya que es por él que la revolución del '90 entra en la historia grande y no queda reducida a un ajuste de cuentas entre grupos de la élite. Alem está contra Roca no porque lo dejen afuera del festín, sino porque la constitución es una farsa, el pueblo no tiene derechos y el país carece de ideales y futuro.
Lo sigue el pueblo pobre, lo que genera el rechazo de los dueños de la Argentina y lo conecta con Artigas, Yrigoyen, Evita y Perón. Alem es el imprudente que llama a entrar a los que no estaban invitados. Encarna una esperanza y el espíritu rebelde de aquella nueva Argentina, ingresada al primer mundo de la pax británica de prepo y sin anestesia, y que recibe al siglo XX desahuciada y sin fe. Alem tiene convicciones y adhesión popular, aunque lo acusen de no tener propuesta ni programa.
Ante las nuevas elecciones los cívicos se dividen. Alem no acepta la candidatura de Mitre, que pacta con Roca. No al pacto con el menemismo, les sigue diciendo Alem a sus herederos radicales. Que se rompa pero que no se doble. No se cambia el tercer senador por los principios.
Y también Alem, cien años después, todavía cuestiona con su gesto la política de hacer concesiones a la oligarquía para llegar al estado y desde ahí impulsar reformas o revoluciones. Las convicciones no se negocian; y acompañado por Yrigoyen y De la Torre, rompen con Del Valle, que participa como ministro del interior de la "revolución desde arriba". Del Valle fracasa y renuncia como ministro del interior. Ese fracaso de Del Valle fortalece las razones de Alem, que les habla así quienes creen que el estado oligárquico y corrupto se reforma "desde adentro", sin necesidad de gestos éticos y fuertes de rebelión y cuestionamiento.
Del Valle todavía da peleas y es senador y debate y cuestiona. Pero se siente fracasado y renuncia a su banca. Es el primer senador que lo hace: tres renuncias en cien años y por lo mismo. Del Valle en el pantano del '90, De la Torre en la década infame y Bordón este verano.
"No nos salvaremos con proyectos ni cambios de ministros. No hay, no puede haber buenas finanzas donde no hay buena política. Buena política quiere decir aplicación recta y correcta de las rentas públicas, protección a las industrias lícitas y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir exclusión de favoritos y comisiones clandestinas".
Tiene razón Alem. “Se hace lo que se debe, antes que lo que se puede. Y si lo que se puede es malo, entonces no se hace nada”.
Y Alem también habla con su suicidio. Tras seis años de intransigencia, ve cómo no se alcanza a vencer al odiado régimen "falaz y descreído". El suicidio de Alem puede también ser leído como el trágico y tremendo -mortal- dilema del espíritu rebelde y la razón crítica que, para ser gobierno y producir la transformación anunciada, debe ceder paso a la razón instrumental, al espíritu firme pero a la vez astuto y paciente que se encarnará en Hipólito Yrigoyen.
La frases postreras de Alem y de Yrigoyen son señales indelebles, botellas lanzadas al mar cargadas de esperanza y de intransigencia, que todo militante y todo argentino debería tener presente en una época también descreída: "adelante los que quedan",  se despide Alem, "hay que empezar de nuevo", murmura ya viejo y enfermo, en plena década infame, Hipólito Yrigoyen.
(En ocasión de homenaje a Leandro Alem el 27 de junio de 1996 en el Concejo Municipal de Rosario. El texto está teñido de circunstancias: critica al menemismo tras la re-elección, al radicalismo del pacto de Olivos –todavía no se había hecho la Alianza- y aún a la renuncia de Bordón. Es una apelación a la intransigencia que apenas se matiza al final con la alusión a Yrigoyen)

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