No sólo a Aquiles se le escapó la tortuga.


No sólo a Aquiles se le escapó la tortuga.
17 de abril de 2013
Hace 2500 años un griego llamado Zenón provocaba a sus contemporáneos con unas pequeñas paradojas que Aristóteles se dedicó después a refutar en largos capítulos de su Física inextricable. La más conocida es la que postulaba que el velocísimo Aquiles sería incapaz de adelantar a una tortuga si llegaba a darle alguna ventaja. En efecto, decía el sofista de Elea, en cuanto Aquiles llegue al punto en que estaba la tortuga al momento de iniciar él su carrera, la tortuga habrá recorrido ya un nuevo tramo, por poco que fuera. Y cuando Aquiles llegue al nuevo punto, la tortuga se habrá desplazado otra pequeña distancia. Y así al infinito, con lo que se demuestra que jamás de los jamases el más veloz de los griegos podrá alcanzar y pasar al lentísimo quelonio.
Aristóteles, como decía, explicó largamente que a intervalos pequeñísimos de tiempo correspondían distancias también pequeñísimas, pero fue recién con el surgimiento del cálculo diferencial (o integral) que, dos mil años después, se refutó matemáticamente a Zenón. En efecto, nos decían los matemáticos de la modernidad estudiando sucesiones y series numéricas, es demostrable y posible que sumas infinitas de pequeñas cantidades finitas den por resultado una cantidad finita, acotada. Del mismo modo, al estudiar ecuaciones diferenciales, los estudiantes de ingeniería aprenden que hay  términos en ciertas ecuaciones que, por mucho valor que puedan tomar sus variables, nunca alcanzarán una magnitud tal que pueda siquiera equipararlos a los términos principales o de primer orden. Eso habilita a considerarlos despreciables y quitarlos de la consideración del problema en análisis. Y del mismo modo aprenden esos estudiantes a manipular cifras cuando se aplican esos conocimientos a la teoría de errores. Cierto tipo de errores que afectan las mediciones, por mucho que existan y por mucho que se acumulen, no inciden, no alcanzan a alterar el grado de precisión de una medición. Con un poco de racionalidad y de método se puede garantizar así exactitud y precisión de observaciones y mediciones. Con mucho menos estudio y rigor un amigo dice que la suma de muchos linyeras no es igual a un millonario.
Mientras estudiábamos aquellas cosas forjé hace más de treinta años amistades entrañables, que duran todavía. Buena gente que lo comprendía todo más rápido y mejor que yo. Sin embargo muchos de ellos nunca pudieron trasladar ese tipo de razonamiento, análisis y valoración a otros órdenes de la vida. Y de ese modo les acomete cierta compulsión a golpear cacerolas y denostar gobiernos por populistas, sin que sepan muy bien qué quieren decir con esto último.
Yo les recuerdo aquellas viejas reflexiones, y les insisto en que si una política resulta conceptual y estratégicamente correcta ninguna suma de anécdotas, malos modales, corruptelas reales o supuestas, errores de instrumentación, comunicación antipática o torpe, dificultades o enojos personales pueden incidir en cambiar nuestra valoración positiva de ese proceso político. Que todo lo malo que de orden táctico pueda encontrarse en un proceso no puede nunca llevarnos a cambiar la favorable valoración estratégica de una política acertada o virtuosa. Que un ser dotado de rudimentos de razón no puede invalidar una estrategia correcta por una táctica fallida.
Y aunque algunos de mis amigos distinguen impecablemente los conceptos de táctica y estrategia cuando hablan de cuestiones militares o de posicionamiento de marcas, políticas de comercialización, promoción de empresas y todas esas cosas, no hay caso, en política piensan con el corazón y sienten con el estómago. Y salen a golpear cacerolas creyendo defender la república con todo el entusiasmo que les faltó para criticar dictaduras.

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