que se mueran los feos
que
se mueran los feos
mayo de 2011
Boris
Vian, cultor del absurdo en un país que ha presumido de ser el país de la
razón, puso ese título -Que se mueran los
feos- a una extraña novela en que unos científicos extravagantes buscaban
crear una raza superior de hombres y mujeres. Todos lindos, todos atléticos,
todos inteligentes, todos eternos y sonrientes. Por cierto que todo terminaba
en un desastre.
Mucho más conocida es la novela de Oscar
Wilde, El retrato de Dorian Gray.
Sabido es que Gray no envejecía nunca, mientras el retrato se envilecía. Otro
desastre el del final, cuando ante la destrucción del retrato el pobre (?)
Dorian se presenta con su físico decadente y su alma abyecta.
En La
invención de Morel Bioy Casares describe cómo figuras inmarcesibles
representan, periódica y regularmente, un extraño ritual al que permanece ajeno
el único espectador real, un evadido que llega a la isla. Evadido que es
olímpicamente ignorado por los fantasmas, cuyas vidas fueron registradas por
una vez y para siempre por la máquina creada por Morel, que las proyecta.
Fontanarrosa nos deleitó alguna vez con una
historieta de Boogie en que un matón decadente espera ansioso una cita con una
deslumbrante actriz peruana. El hombre la adoraba tras haber visto por años
todas sus películas, y había logrado pactar con la mujer un encuentro íntimo.
El tremendo desenlace se da cuando descubre que, en virtud de la asimetría en el intercambio entre países imperiales y coloniales, las películas peruanas llegan
con muchos años de tardanza a los EEUU. La belleza de la señora se ha
esfumado y sólo queda una vieja desagradable que lo persigue lascivamente.
Ante tan tremendos interrogantes sobre la
juventud, la belleza y la eternidad ¿no será llegada la hora de preguntarnos
sobre la posibilidad de prohibir retocar fotografías de los candidatos en la
publicidad electoral? Que cada uno salga en la foto más o menos como es.
No me gustaría que una quinceañera que me
invita a votarla se transformara, de acceder a una banca, en un ser amargo y
envilecido, como Gray; ni que esos personajes eternos de sonrisa perfecta del
cartel me ignorasen con la siniestra indiferencia de los espectros de la isla
de Bioy. No suscribo políticas eugenésicas como las que reciben la burla de
Vian, y no me molesta votar alguien poco agraciado, o un poco viejo.
No vayan a creer que pienso que la vejez
implica sabiduría. Pero sigo dando importancia al vínculo personal,
estructurado, comprometido y militante entre dirigentes y dirigidos,
representantes y representados, votantes y candidatos.
No faltará el estudiante de periodismo que me
recuerde que Nixon perdió el debate con Kennedy por ir mal afeitado y mostrarse
adusto. Yo le diré que hubiera sido mejor que no ganara doce años después, tras
afeitarse y a pura sonrisa.
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