El kirchnerismo como moderación
El kirchnerismo como
moderación
(“moderación
o muerte”)
junio
de 2012
1.-
Podrá haber quien discuta la siguiente
afirmación: el gobierno de Néstor Kirchner fue el mejor en medio siglo. No
podrá ponerse en duda que fue el primero en ese lapso que terminó con mayor
adhesión que la que tuvo al inicio, lo que no es poca cosa: sólo Yrigoyen en
1922 y Perón treinta años más tarde pudieron exhibir una marca parecida.
Asumió con el respaldo de sólo el 22%
de los votos, y si bien con malicia podría señalarse que es fácil subir tras
porcentaje tan pequeño, la práctica política argentina agiganta la construcción
emprendida. Haber podido estabilizarse y acumular poder en un país de
estatalidad perdida, con un sistema político debilitado y fragmentado, y con
poderes fácticos de dudosa vocación por lo público es un mérito enorme. Con
porcentaje similar asumió el gobierno Arturo Illia, y no pudo ni acrecentarlo
ni sostenerlo. Se dirá que las circunstancias eran complejas, pero casi todas
lo son. Y aquella era una Argentina en que el estado tenía mucho más poder
relativo que el de principios del siglo XXI.
Viejo tópico de la política y de la
guerra: ¿cuánto interviene el azar en el curso de los eventos humanos? En aquel
abril de 2003 salió pato, pero bien pudo ser gallareta. Recordemos los
resultados: Menem 24,45; Kirchner 22,24; López Murphy 16,37; Rodríguez Saá
14,11; Carrió 14,05. En agosto de 2002 se insinuaban con fuerza las
candidaturas de Reutemann y De la Sota dentro del oficialismo. Es dable,
entonces, considerar que el resultado bien pudo haber sido otro. Es necesario
un gran acto de imaginación -y aún de fe religiosa- para suponer que cualquiera
de los nombrados pudiera haber impulsado un proceso político de las
características y de la calidad del que llevó adelante el kirchnerismo. Y más
allá de una mera aritmética (pos)electoral en aquellas circunstancias parecía
que las relaciones de fuerza eran altamente desfavorables; y que las energías
espirituales, o el ánimo político de los actores, o las fuerzas culturales
disponibles para emprender un proceso como el realizado no estaban presentes, o
bien tenían un grado de dispersión que las invisibilizaba e inhibía.
¿De dónde salieron los recursos
humanos materiales y simbólicos para poner en marcha, sostener y profundizar el
proceso? Si uno analizara la lenta pendiente en que fue deslizándose la
política argentina, englobando aquí todas sus dirigencias; cómo fue siendo
colonizada, en una suerte de sustitución molecular, todo lo que pudo haber
habido de pensamiento de izquierdas, desarrollista, nacionalista o
socializante; cuál fue la práctica de los gobiernos en todos los órdenes; cuál
la producción intelectual, qué de disponible en tanto capital social y ánimo de
rebeldía contra las ortodoxias establecidas, el resultado de la práctica
kirchnerista se agiganta. Podría afirmarse que la última capa sedimentaria que
formó recursos desde aquella perspectiva ideológica se dio a comienzos de los
fallidos ’70, y que los cuadros políticos que pusieron en acto aquellos
conceptos lo hicieron tras mantener aletargado aquel bagaje ideológico en la
inhóspita travesía de la salida de la dictadura, el balbuceo alfonsinista y el
pantanoso territorio neoliberal de los ’90. El fallido gobierno de Rodríguez
Saá y el interregno de Duhalde tuvieron un destello desarrollista, pero
limitado a una reinstalación del discurso productivista por sobre el
financiero. Todo lo demás provino de una audaz utilización de la herramienta
gubernamental para ir ganando legitimidad, detectando aspiraciones sociales y
fuerzas disponibles, captando adhesiones, fortaleciendo actores de afinidad
ideológica o de intereses convergentes, afectando –aún por tanteos y
gradualmente- poderes establecidos, y logrando, al final, convertir una
adhesión pasiva en puesta en marcha militante y fervorosa, con el saludable
añadido de nuevos contingentes ciudadanos a la política. No es poco.
2.-
Claro que se dio y se vio sacudido por
marejadas de críticas. Críticas de distintas calidades, pero en general de poca
consistencia lógica. La eficacia de esas críticas ha estado, más que sustentada
en la coherencia de la argumentación o la credibilidad de los emisores,
sostenida por la organizada y permanente repetición, reciclaje y amplificación
de consignas estridentes, burlas acerbas y rumores infamantes. Críticas de
argumentos contradictorios y cambiantes, en línea con el refrán español de
“palos porque bogamos, y palos porque no bogamos”.
Parte de la (re)construcción del poder
kirchnerista tuvo que ver con la precariedad opositora. La mayoría de los
críticos del proceso político abierto en 2003 pretendieron cubrir con enojo y
maledicencia su propia mezquindad, impotencia, falta de propuestas o grandes
responsabilidades en la debacle argentina. A poco andar exhumaron un vocablo en
desuso para lanzarlo sobre el kirchnerismo: “crispación”. Fue una manera de querer
repetir condenas de eras geológicas anteriores. La crispación kirchnerista
venía a ser el resentimiento de clases prohijado por los anarquistas, o hecho
gobierno en la Rusia bolchevista. El viejo mote de Lenin emponchado conque
atacaron a Yrigoyen, o las posteriores diatribas psicologistas conque buscaron
denigrar a Eva Duarte, Juan Perón y el 17 de Octubre, aquellas de ser
resentidos sociales y arribistas, hijos naturales que vengaban una infancia de
segundones tomando revancha sobre la sociedad bien constituida. Revolucionarios
de impostura, conectados al nazismo por ser portadores de meras ansias de
poder, figuración y venganza. Atizadores de la lucha de clases no por ser
portadores racionales de ideales redentores, sino por ser esa la única vía de ascenso
social disponible para sus tenebrosas aspiraciones.
La crispación que veían en el avance
popular no era, en realidad, más que su propia, desagradable y rencorosa
figura, devuelta por el espejo de una sociedad que –moderada y módicamente- iba
recuperando grados de libertad y de igualdad, a costa de recortar privilegios
consagrados por años de impunidades, asaltos al estado y tutelajes culturales.
Kirchner demostró la falsedad de
mentiras consagradas que alentaban la resignación cultural ante la injusticia
social y la postración nacional. Gente que aplaudió la fiesta neoliberal y que
fue incapaz de corregir el rumbo, denunció a gritos irresponsabilidad, rencor e
inexperiencia; y alertó que nos acercábamos al abismo. Y ante cada demostración
de la razón gubernamental, en lugar de la autocrítica prefirió anunciar nuevos
y variados cataclismos.
A toda esa crítica, leve en densidad
argumental pero persistente como llovizna de invierno, fue muy receptivo
mucho ciudadano de a pie, y no sólo de clase media, tras décadas de machacona
pedagogía neoconservadora, que a pesar de sufrir el expolio del neoliberalismo,
y aún percibiéndolo, siguieron devotos recitadores de un catecismo económico y
social individualista.
Clamaron por calidad institucional,
mejores formas y modales gentes que no exhibieron la menor preocupación por
esas formas mientras el neoliberalismo asaltó el país, robando sus riquezas y
violentando las instituciones; amparado por una Corte Suprema de Justicia
adicta y obsecuente, construida a designio.
Reivindicar los derechos humanos,
rescatando la memoria de la represión y promoviendo justicia, fue considerado
revanchismo hasta por cierta impostada vestal republicana, Casandra paródica
que tachó el nombramiento de Nilda Garré en el Ministerio de Defensa como “una
provocación innecesaria” y pidió “dejar de humillar a los militares por lo que
hicieron mil personas”. Se postuló que nada de todo lo que se impulsó –que ha
resultado inmenso acto de Justicia- era legítimo porque los Kirchner no habían
sido militantes de los organismos de derechos humanos ni sufrido suficiente
persecución dictatorial. Y aunque las organizaciones de derechos humanos
aplaudieran y apoyaran la reapertura de los juicios y las condenas a los
represores dictatoriales, se buscó menospreciar el acto, diciendo que estaban
todos viejos y no tenían la fortaleza de antes, o que era un inútil ejercicio
de fijarse en el pasado, o una demagógica apelación electoralista. Cuando
muchos de esos mismos críticos habían impulsado el olvido y la consagración de
la impunidad, y cuando el tema no figuró en ninguno de los compromisos de
campaña ni de las preocupaciones señaladas por las encuestas electorales.
La modificación del Consejo de la
Magistratura y la renovación de la Suprema Corte de Justicia sustituyendo la
mayoría automática por jueces insospechables de sumisión a ningún gobierno
fueron tildadas de agresión al equilibrio de poderes porque Kirchner usó la
cadena nacional para exigir renuncias a los Supremos.
La autolimitación en el procedimiento
de selección y proposición de jueces, y la supresión del delito de desacato no
impidieron que se calificara al gobierno de tener tendencias autoritarias o
promover ataques a la prensa libre. Argumento falaz propalado por golpistas
recurrentes, y repetido por liviana clase media, muy propensa a la elusión
cómplice ante barbaridades del pasado reciente.
Se repitió hasta el hartazgo que
renegociar la deuda con dignidad era imposible y que nos expondría al
aislamiento internacional. También que la cancelación de obligaciones con el
FMI era innecesaria y pondría al país en riesgo por falta de divisas en el
Banco Central. Pronósticos que no se cumplieron, y Argentina recuperó grados
importantes de independencia económica.
Brutal enojo les produjo la política
de acercamiento a América Latina y en particular a Venezuela. Quienes durante
décadas cobraban comisiones leoninas por endeudar al país se irritaron
sobremanera cuando Chávez decidió comprar bonos argentinos, y empezaron a hacer
lo que nunca hicieron antes: difundir las tasas que pagarían esos bonos y
considerarlas caras. Recordemos a Cavallo pagando con plata de todos a David
Mulford, y entenderemos cuán de cocodrilo resultan las lágrimas de estos
republicanos de impostura.
En los’90 el país creció durante los
primeros años, pero con endeudamiento externo, aumento de la desocupación, la
pobreza y la indigencia. Ante las críticas, los gurúes económicos y sus aliados
políticos predicaban la paciencia. Ya derramaría el crecimiento a todos los
argentinos y advendría el reino de los cielos. A partir de 2003 no han hecho
sino pedir frenar el crecimiento, en un país al que la deuda externa no le
condiciona su política, y vociferar que el incremento salarial y el aumento de
las jubilaciones resultarían en descontrol inflacionario.
En realidad no buscan soluciones para
la sociedad argentina, sino erosionar al gobierno apelando a dos realidades
históricas devenidas en pesadillas espectrales: la inflación y el aumento del
dólar. Que más de una vez han sido caras de una misma moneda.
Analizado el discurso de los desvaídos
gurúes de la ortodoxia económica se verá que en los primeros años se invocó al
fantasma inflacionario al mismo tiempo que se propugnaba el aumento de tarifas
de servicios, privatizados en manos de capital financiero y empresas
extranjeras. Contradictorio discurso que encuentra explicación en la intención
de satisfacer por un lado el interés de los auspiciantes y asustar por el otro
a la población, con el objetivo de minar al gobierno. En la medida en que las
empresas fueron re-nacionalizándose, la presión no fue ya tanto por el aumento
de tarifas, sino por la devaluación del peso. Ingenuo pedido si se busca
contener la inflación, hipócrita apelación que busca, ahora, el favor de
quienes están cercanos a las divisas, al tiempo que seguir asustando con la
invocación al peligro sobre los ahorros por una inflación concebida e invocada
como herramienta para deslegitimar la acción gubernamental.
A pesar de este tipo de crítica
pertinaz y agobiante; y, en algún punto, seguramente por ese tipo de crítica y
esa calidad de críticos, el accionar del Frente para la Victoria conducido por
Kirchner restituyó sentido y credibilidad a la política. No es poco.
3.-
Aunque muchos lo valoren
positivamente, mientras otros lo encuentran abominable; aunque se lo nombre de
distintos modos y se lo caracterice o describa desde diversas concepciones o
arsenales ideológicos; no parece haber demasiada discusión sobre un punto: el
kirchnerismo ha resultado un proceso político desarrollista e industrializador;
de afirmación cultural popular, nacionalista y modernizante; de vocación
latinoamericanista y socializante; que reafirma el papel del estado como
mediador no ingenuo en los conflictos sociales.
La retórica altisonante, de tonos
trágicos y apocalípticos en los opositores, y de ribetes épicos en ciertos
defensores del kirchnerismo, hacen que resulte menos difundido –entre propios y
extraños- otro aspecto destacable y central: también ha sido un gran reparador
de las instituciones, promotor de impulsos democratizadores; cultor de la
responsabilidad fiscal y el rigor técnico en la conducción de la economía.
Dato que vulnera propaganda y sentido
común oligárquico: el kirchnerismo es fuertemente celoso del gasto público, y
muy reticente al endeudamiento. La oposición hablará del viento de cola, como
hace sesenta años de unos mitológicos sótanos del Banco Central que no podían
recorrerse de tanto oro allí apilado. Lingotes despilfarrados en la orgía
peronista, en la fiesta del monstruo. También resucitará otra vieja crítica de
sesgo gorila iluminista: la idea del peronismo, ahora kirchnerista, como
impostura socializante y nacionalista
El lector sagaz podrá utilizar una
pequeña paradoja de cabotaje para sorprender señoras gordas en alguna fiesta o
reunión social: el kirchnerismo, tachado de despilfarrador y populista (en ese
permanente equívoco por demagógico), ha encarado el desendeudamiento y hecho
gala de superávit comercial y fiscal. Ha ido pagando las deudas que, contraídas
y estimuladas durante 25 años por ortodoxos financistas que proclamaban que
había que ajustar cinturones (no los de ellos, claro), arruinaron al país y lo
hicieron estallar socialmente en 2001.
Del mismo modo podría llamarse la
atención sobre otro ángulo de ese doble
pensar orwelliano de ciertos lectores de revistas políticas playas para
leer en la playa. Años reclamando aumentar el presupuesto de educación, décadas
enjugando lágrimas por los científicos argentinos que se van al exterior,
melancolía por el ocaso de las escuelas técnicas, ceño adusto pontificando que
los países serios forman ingenieros. Ningún reconocimiento por los avances
evidentes e inocultables, presupuestarios y conceptuales, que el kirchnerismo
ha impulsado y concretado en la materia. Igual que las quejas por la chabacanería
televisiva y la negación ante el canal Encuentro.
4.-
Los movimientos nacionales exhiben
identidad y continuidades. Hay cosas en que el kirchnerismo es diferente, tics
en los que no ha incurrido, y que representan un avance enorme en nuestras costumbres
políticas. Aunque no sean épicos, ni quieran ser reconocidos por esa oposición
contumaz, ni a veces percibidos por propios y fervorosos admiradores. Un
observador distante de la historia y de la política argentina podría encontrar
llamativo cómo las (re)presentan ciertos relatos exegéticos, y cómo las
perciben algunos de sus protagonistas.
Parece tentador concebirla siempre
inaugural. Con demasiada frecuencia el espíritu de Juan de Garay (2)
descendería sobre líderes fundacionales, que aseguran auroras promisorias. El
rito de convocar al pueblo ante el Palo Mayor se repetiría cíclica,
recurrentemente, como en “La invención de Morel” de Bioy Casares.
Suele apelarse a algún mito
restaurador, que anuncia el regreso al paraíso perdido o nos transporta a una
tierra sin males, idílica arcadia primigenia. La más difundida, la más perenne
de esas invocaciones es el llanto oligárquico por la Argentina del Centenario,
la séptima potencia mundial, la sociedad moderna arruinada por la demagogia
yrigoyenista y sepultada por el populismo peronista. Pulsión justificatoria,
telón de fondo y discurso envolvente de las dictaduras del ’55 y del ’76.
Sobrevuela la pretensión de la
exclusividad argentina. Somos tan originales que nadie nos comprende. ¿Vio? El
peronismo sólo puede ser entendido desde el interior de su práctica. De nada
valen las categorías europeas de derecha e izquierda. Yrigoyen era críptico y
krausista, hablaba poco y en una jerigonza incomprensible, pero el pueblo
comprendía sus pulsiones últimas y encontraba en él una aquiescencia. La
tercera posición es invento argentino, como el dulce de leche y el colectivo. A
nadie se le había ocurrido antes tratar de ser equidistante entre dos que se
pelean. Un premio Nobel que nadie ha visto ni conoce dijo que hay cuatro
sistemas económicos en el mundo, el capitalismo, el comunismo, Japón y
Argentina. Somos únicos, en fin, como verá. ¿O cree Usted qué han tenido algo
en común Yrigoyen y Perón con Batlle y Ordóñez, Lázaro Cárdenas, Estenssoro,
Haya de la Torre o Getulio Vargas?
Se incurre demasiado en una
sobredramatización de nuestros problemas políticos, con tendencia a la retórica
incendiaria, la tragedia y el discurso altisonante (3). Quizás vinculado al
chiste de Carlos Fuentes de que Buenos Aires es la capital de un imperio que
nunca existió, quizá vinculada a una mezcla de exagerada gestualidad italiana
con desmesura hispánica.
Esa pretensión de originalidad, esa
vocación restauradora y esa actitud fundacional suelen estar presentes en
visiones críticas y apologéticas de los ciclos populistas. El radicalismo y el
peronismo fueron, para esa actitud analítica, como truenos en días de sol,
inesperados. Para los detractores, aguafiestas, inapropiados, anómalos, a
contrapelo del deber ser, de las costumbres amables y del componente plácido
del ser nacional. En el mejor de los casos, mal ejecutados, cuando podían
hacerse bien; protagonizados por arribistas, habiendo tanto buen muchacho que
podía llevarlos adelante. Percibir al peronismo como anomalía es una reincidencia
que no enriquece. Reincidencia en que cae nuestro iluminismo oligárquico.
Pretenderlo inaugural no ha sido ajeno a cierto populismo inmanentista.
Concebir nuestra vida política como
original, permanentemente inaugural o restauradora no parece un signo de
madurez institucional. Concebirse siempre al borde del abismo, siempre ante la
madre de todas las batallas, tampoco. Elevar cualquier hecho anecdótico o
menor, por negativo que fuere, a categoría de catástrofe que invalida políticas
estratégicas y procesos de largo aliento, es un rasgo de incultura política,
tristemente frecuente en gente que presume de instruida.
Intuirá el lector sagaz mi opinión:
una de las cosas que más me gusta del kirchnerismo es que incurre muy poco en
esos defectos. No ha tenido una actitud exclusivista, y su pretensión
fundacional es más que moderada. Sólo busca legarnos un país normal que no
sitúa en una época gloriosa; invocando épicas populares busca proyectarlas al
futuro; apuesta a una nueva modernidad y a insertarnos en el contexto
internacional recorriendo la vía de la integración regional.
Surge y se explica a sí mismo como
parte de una tendencia sudamericana. Parece concebirse más como un componente o
una parte de un tablero continental que se reordena, se reorienta y se
encuentra a sí mismo. Con cierta ambigüedad el último Perón, el de Latinoamérica, ahora o nunca, se
materializa en la Unión Sudamericana (4). El kirchnerismo, ayudado por el
triunfo de Lula en Brasil, y tras algunas vacilaciones iniciales, confluye en
una estructuración sudamericana. La intervención de Lula y de Kirchner en
respaldo a Evo Morales y a Lugo, así como en la distensión entre Venezuela y
Colombia, y –latinoamericanizando el planteo- ante el golpe y la crisis de
Honduras, es un avance de dimensiones que solamente la cerril cerrazón de
nuestras derechas puede menospreciar. Avance que debe rendir su reconocimiento
a Raúl Alfonsín.
5.-
Un rasgo del kirchnerismo distintivo y
a mi juicio inédito en la historia política argentina: ante un embate serio,
ante un golpe duro y una “derrota de medio término”, confrontó en vez de
replegarse. Repasando de memoria intuyo que en nuestro ADN está medir fuerzas
y, ante una derrota, replegarse más o menos pactadamente. La batalla de Caseros
fue, desde cierta perspectiva, el broche final de una larga negociación de dos
años. Y como Rosas, el propio Urquiza se fue replegando, tras el golpe del 11
de Septiembre, de Buenos Aires; y después de Pavón, hacia Entre Ríos. Y Mitre,
tras La Verde; y Juárez Celman con la
Revolución del Parque. O Yrigoyen en el ’30, Perón con Lonardi, y Frondizi en
cada “planteo”. Y Onganía ante el Cordobazo, y Lanusse después de Trelew. O
Isabelita, con su política de “concesiones”; y Alfonsín, tras Semana Santa y
las elecciones del ’87. O Rodríguez Saá, tras la reunión en Chapadmalal; y
Duhalde, tras el asesinato de Kostecki y Santillán.
Kirchner no. Derrotado por el
piqueterismo agrarista siguió el consejo de Almafuerte y “arremetió, ya
malherido”. Enseñanza enorme, tras ríos de tinta y horas de plenarios y
asambleas que analizaron la caída del ’55, las fuerzas de los insurrectos, la
cañonera paraguaya y si se podría haber armado al pueblo trabajador. O los
intentos de explicar, por vejez y enfermedad de Yrigoyen, el impensable éxito
de los alzados del ’30, que iniciaron la marcha con los cadetes del Colegio
Militar. Sin armar al pueblo Kirchner dio una lección de política que pasará a
la historia, sepultando bajo los hechos el folletín propalado por las usinas
conspiradoras y destituyentes, que se regodeaban con vacilaciones de alcoba e
incitaciones a la renuncia. Lección de política que ordena lógicamente lo que
son las convicciones puestas en actos, las decisiones estratégicas, las
anécdotas cortesanas y los chismes amarillos del periodismo adocenado y de los
intereses creados.
Es por esta voluntad de lucha, que se
desplegó ante cada una de las grandes decisiones que parecían imposibles de
tomar, que Kirchner podría haber hecho suya la sentencia maoísta de que
estábamos ante un tigre de papel. Y todo realizado en un contexto de profunda
paz social, sin represión ni violencia que no fuera verbal, de absoluta
legalidad y funcionamiento de las instituciones de la república.
Tampoco esto es poca cosa, y se le
puede agregar otro rasgo saludable relacionado: cada vez que tuvo que decidir,
cada vez puesto ante una encrucijada de destinos -y salvo en el “caso
Blumberg”- optó por la solución ideológicamente correcta y profundizó el rumbo
(5).
6.-
Un lugar común difundido a modo de
explicación situó a la 125 como el límite y agotamiento del modelo
político-económico, sólo prorrogado, en inmerecida sobrevida, por el efecto
anímico que desató la muerte de Kirchner. Las movilizaciones que se sucedieron
allí –piqueterismo rural y flujo aluvional juvenil kirchnerista- habrían sido
distintas. La primera, fruto maduro del civismo argentino, que pasada la
emergencia del 2001 no está dispuesta a tolerar los avances sobre las
libertades, los abusos y la corrupción inherentes al populismo. La segunda,
reacción furibunda, alimentada por recursos estatales, para retener posiciones
en el gobierno y capitalismo de amigos. Con ser un poco infamante el relato de
la opinión publicada, es un avance significativo respecto del que describió las
multitudes de septiembre y octubre del ’45. Bien mirado, aunque con aristas
pulidas o desgastadas por el paso de los años, el núcleo explicativo es el
mismo. También sobrevoló los discursos la cuestión del espontaneísmo de las
masas, ayer obreras y zoológicas, hoy juveniles y exaltadas, pero siempre
engañadas por espejismos redentores.
Hubo sí un punto de inflexión en las
relaciones de fuerza desplegadas en la escena argentina, pero con otras
motivaciones y dinámica. El establishment del país se sorprendió por la
movilización desatada en el velorio, como sus abuelos se habían sorprendido 65
años antes por la irrupción de los cabecitas negras y la migración del
activismo gremial de las izquierdas al coronel de sonrisa demagógica. Muchas
veces en la historia sorprende la corporización de lo disperso, la presentación
de lo velado.
Por cierto que no fue la muerte de
Kirchner la que, producto de una atávica necrofilia argentina, indujo a las
masas a abrazar la falacia kirchnerista, revestida de aires épicos sólo por el
ilusionismo empresarial de “Fuerza Bruta”. Esa adhesión al proceso político
surgido tras la implosión neoliberal se insinuaba ya a fines de 2009. Lo que
estaba, como estaba, y la acción del kirchnerismo desplegado en gobierno,
catalizándolo, y constituyéndolo de modo sucesivo, creciente e incompleto, iba
repechando la cuesta abajo por que había rodado tras la pelea por las
retenciones móviles. Fue decisivo que, tras la derrota electoral en las
legislativas (en buena parte auto infligida), Kirchner hiciera, como se ha
señalado, lo que nunca había sucedido en las pampas: que un gobierno atacara
tras la derrota, en lugar de acordar su retirada. Eso hizo que quienes venían
adhiriendo pasivamente a su reconstrucción del poder estatal, a su afán por
resituar la política como ordenadora, quienes habían compartido –balconeando-
su incipiente pero clara redistribución de bienes simbólicos y materiales,
vieran que esa tenue pero firme recuperación estaba en riesgo. Y que había
alguien dispuesto a conducir la pelea por mantener el piso de recuperación. Lo
que animó a resistir la embestida para tratar de afirmar lo alcanzado, dejar
ese piso lo más alto posible ante una eventual próxima derrota, y luego, ante
la increíble levedad del ser opositor, pensar en nuevos objetivos, avances y
victorias.
El enojo con los modales, la desazón
de muchos que querían ver en el inicio del gobierno de Cristina Fernández
cambios de estilo y sintonía fina -que el gobierno no supo, no quiso, no pudo
desplegar-, favoreció la contraofensiva reaccionaria y le dio masa de maniobra.
Alumbró con la 125, tuvo su pico en las elecciones de 2009 y se fue
desinflando. Se fue viendo qué y cuánto era lo que estaba en juego, las
mezquindades, hipocresías o perversidades de los detractores de Kirchner, y
finalmente su proverbial incapacidad.
Los fastos del bicentenario mostraron
que no había el rechazo generalizado al gobierno que publicaban los medios
opositores, y la muerte de Kirchner bajó o derrumbó barreras sentimentales que
retardaban esa re-adhesión fortalecida al proyecto que conducía, ahora más
claro en sus contornos y en su firme voluntad.
Más allá de algunos cantares de gesta
oficialistas, en las honras fúnebres hubo menos de tomar las calles por asalto
que de inundación con tonos de octubre, asonada festiva, desborde de sentimientos
rodeando razones muy firmes y profundas. Quien haya dejado que sus pasos lo
llevasen por la Plaza de Mayo, quien haya hecho la cola varias veces, podrá
haber percibido cómo fue convirtiéndose en un hecho alegre, y de qué modo el
dolor -siempre presente- se fue entremezclando con la entusiasta y festiva
afirmación doctrinaria, ideológica, política al muerto ilustre.
7.-
Como cada vez que la oligarquía sintió
amenazados sus intereses y sus posiciones, practicó el arte que mejor cultiva y
que mejor le sale: la calumnia insidiosa sobre los gobiernos populares, con un
libreto que aunque cambien los siglos permanece inalterable en su esqueleto
organizador. La descalificación personal de los líderes, la burla a la
impericia de los “recién llegados” al aristocrático quehacer del gobierno, la
sospecha de corrupción administrativa sobre cada medida gubernamental, el temor
al qué dirán en el mundo civilizado. El dato de contexto, el tinte de época ha
estado en la impresionante magnitud que había desarrollado el control cuasi
monopólico de la comunicación de masas, la desactivación del actor militar, la
pérdida de tutelaje cultural por parte de la Iglesia Católica, y la aparición
de la inseguridad como construcción cotidiana de la angustia, y como
erosionadora de gobiernos ante la dificultad de resolverla (6).
8.-
Ya hemos dicho que el kirchnerismo es
portador de una madurez y una moderación inusual tanto en lo que han sido los
movimientos populares argentinos como –ni que hablar- en sus contendientes
oligárquicos. Ha tenido mucho menos de ruptura que, por decir algo esquemático,
el proceso independentista, el federalismo tras el largo quiebre que va desde
la caída del Directorio al fusilamiento de Dorrego, la Revolución del Parque o
el 17 de Octubre. Más allá de que algunos sectores reproduzcan un difuso,
idílico e inconsistente discurso montonerista; más allá de cierta enfática
defensa de Moreno (Mariano), confusamente jacobina e injustificada; más allá de
cierta aspereza en el modo de construir alianzas dentro y fuera del peronismo,
y de la forma de mantenerse en el centro de la escena, detentando la
conducción; el kirchnerismo es más tolerante e institucionalista que todos sus
antecesores. Y ni que hablar si se lo compara con sus opositores y objetores,
que sólo reclaman procedimientos de caballeros y libertades cuando no están en
situación de violentarlas. Yrigoyen intervino más provincias que Kirchner, y no
dejó de usar la fuerza militar para reprimir protestas sociales, el primer
peronismo tuvo una retórica incendiara que más de una vez le jugó en contra, y
no hace falta señalar nada respecto al del ’73-’76.
No deja de llamar la atención cómo ha
evolucionado menos el país oligárquico, y cómo hizo eclosión en cuanto pudo, un
torrente de odio hoy antikirchnerista, heredero del antiperonismo cerrado de
los ’50, y que encierra un componente clasista, y aún racista, que ha de
encontrar raíces en el período colonial. La evolución de la sociedad argentina
ha tenido mayor continuidad que hace cien años. El aluvión inmigratorio llegado
sobre el fin de las guerras civiles exigió un inmenso esfuerzo de asimilación
cultural. Un dejo de racismo también vino con él y conectó con el exclusivismo
de los conquistadores. Hoy nuestra sociedad está mucho más “americanizada”.
En la distancia de tantos
intelectuales hacia el primer peronismo han de haber influido ese componente
eurocentrista que vino con la inmigración, los ecos de la tragedia de la guerra
civil española y el intenso debate entre fascismos, democracias liberales y comunismo
que saturó el período de la segunda guerra mundial. Y lo de las formas; lo de
las innecesarias, contraproducentes -algunos dicen que inevitables- agresiones
del peronismo a la estética y a la ética individual(¿ista?) de la clase media
argentina, que se identificó más con la clase alta que la despreciaba y
utilizaba como masa de maniobras, que con el peronismo que la benefició. Gente
educada cuya inteligencia se oscurece cuando mira en política, con una suerte
de incapacidad para analizar y ordenar lógicamente las prioridades, valorizando
por la percepción del conjunto. Gente que no juzgaría la gestión de Clinton por
el "affaire Lewinski". Sin dejar de haber sufrido ataques por ese
flanco, es evidente que el kirchnerismo ha contado con mayor adhesión de clases
medias intelectuales que el peronismo o el yrigoyenismo. El viejo sueño de
Alberdi ha estado esta vez más cerca.
Más allá de lo que suele opinar cierto
quejoso y autodenigratorio componente del ser nacional, es evidente que se ha
producido un enorme aprendizaje político en la Argentina. Habría que indagar
más en un punto: la capacidad de gestión. El yrigoyenismo no tenía más
experiencia de gobierno que dos años en Santa Fe. El peronismo tenía la de la
conducción militar, la de gestiones locales de algunos radicales y
conservadores que se sumaron, y la de las luchas sindicales combativas. El
kirchnerismo en particular, y el peronismo en general llega al gobierno del
2003 con un camino recorrido mucho más denso, tras dos décadas de gobiernos en
distintos órdenes del estado. Esto debe hacernos valorar la continuidad
institucional, y asignar cuidadas responsabilidades a quienes violentaron el
orden constitucional y rompieron la normal acumulación social de experiencia en
el gobierno.
9.-
Ya finalizando estas reflexiones
deshilvanadas, y volviendo desde otro ángulo al tema de la moderación y la
continuidad acumulativa como características virtuosas de los procesos de
cambio profundo, vale una anotación sobre el contexto internacional (7).
No puede dejar de apreciarse relación
entre el ascenso social y los movimientos americanistas con períodos de ocaso,
problemas o repliegue imperiales. También algún vínculo entre la modalidad de
esos procesos y la dimensión de las crisis en el centro mundial de poder. El
hundimiento español de 1808 tiñó de aires de ruptura un proceso que venía
dándose firme y sostenidamente, empujado y usufructuado por Inglaterra. El
yrigoyenismo, forjado lentamente durante la pax británica, se desplegó durante
la primera guerra mundial. El peronismo durante la segunda, en el marco de la
guerra y la sustitución gradual de ingleses por norteamericanos. Hoy asistimos
a un decaimiento relativo del poder norteamericano, que lleva diez años
empantanado en las guerras del oriente medio. Ha existido una desatención
obligada de la América morena, mucho más en la del Sur que en la Central y el
Caribe. No ha de descartarse que si admiten y se ven obligados a replegarse un
poco de Asia lo hagan sobre este sector del mundo.
Hubo un tiempo en que se dependía y se
miraba políticamente a España, pero se comerciaba con Inglaterra. La
independencia se dio tras ese largo acostumbramiento, y se sintió una gran
seducción por los ingleses. Cien años después cómo sacarse de encima el nuevo
yugo que nos atenazaba fue un tópico de nuestra literatura política. Ante el
ascenso de China, su particular relación con la Argentina y la creciente
participación en el comercio bueno será no tener prejuicios, recelos ni
temores, pero tampoco carecer de política que preserve nuestra autonomía
estratégica.
A diferencia de otros momentos de la
historia sudamericana (casi todos), la convergencia política con Brasil permite
una dimensión de integración única. Aprovechar el momento para estructurar esa
unidad, consolidando infraestructuras de comunicaciones y vínculos culturales
en todos nuestros países es un imperativo que debería ser pactado por toda la
sociedad política.
Ante la cantinela opositora sobre
nuestro aislamiento del mundo se destaca como un activo del kirchnerismo su
excelente política internacional, donde habrá que resaltar la claridad y
firmeza de los presidentes y la calidad técnica de Jorge Taiana. La
contribución a la integración y la paz sudamericana, la recuperación de
Malvinas como reclamo regional y la proyección de una política firme y conjunta
hacia el antártico son legados invalorables.
10.-
Cuando han podido completar sus
mandatos, un problema para los gobiernos populares ha sido el de la sucesión.
Como en los videojuegos, el éxito de resolver un problema nos lleva a un nuevo
desafío. Ese debate sucesorio cruza este tiempo del kirchnerismo, y no se
limita al problema del candidato. En un movimiento que supo perdurar 10 años
implementando el neoliberalismo en la Argentina, con dirigentes que más allá de
su formación ideológica y su historia militante bien pueden servir una política
que las contraríe, la sola pertenencia a un partido no parece garantía de
conducta programática. El estilo de conducción kirchnerista se ha probado
eficaz para garantizar gobernabilidad como pocas veces en nuestra historia,
manteniendo con rienda corta a aliados no siempre confiables. Pero -efecto
colateral- no han florecido hasta ahora liderazgos ampliamente reconocidos al
interior del kirchnerismo. Cuesta encontrar algún dirigente que pueda exhibir a
un mismo tiempo reconocimiento de los dirigentes y militantes, poder
territorial e identificación ideológica con la práctica y gestión de gobierno
de los Kirchner. Parece probable que el peronismo/FPV gane las próximas
presidenciales. No aparece tan claro hoy, junio de 2012, que el kirchnerismo
cuente –exceptuando a nuestra Presidente- con un dirigente de su núcleo capaz
imponerse en la interna de la coalición gobernante. Falta mucho tiempo, de
todos modos, y desafíos mayores han sido salvados.
Sólo dos veces un presidente surgido
del voto popular se dio sucesor de su mismo partido: Kirchner con Cristina
Fernández, e Yrigoyen con Alvear. La inquina reaccionaria minimiza la
trascendencia institucional de la sucesión de Néstor por Cristina. Lectores
asiduos de chismes sobre la nobleza europea se invisten de austeridad republicana
y señalan con malicia tendencias monárquicas. Suponen que una sociedad
matrimonial anula la existencia de una sociedad política. La sucesión de 2007
resultó mucho más exitosa que la del año ’22, pues fue continuidad y no ruptura
política. Y si se la comparase con la otra experiencia de sucesión conyugal
argentina –no por elecciones, sino por fórmula y fallecimiento- no cabe
comparación entre los períodos 1974-76 y 2007-11.
La historia posterior del alvearismo
nos quita percibir a 1922 como un año de continuidad política. Y el triunfo de
Yrigoyen sobre el candidato antipersonalista, su efímero y contradictorio
gobierno, su muerte posterior, el deslucido papel del alvearismo durante la
década infame, y la incapacidad del radicalismo para -muerto Alvear en las
vísperas del peronismo- recuperar su papel de partido popular y nacionalista,
dejaron al antipersonalismo sin herederos, fijado en la actitud claudicante.
Sin embargo la imagen de Hipólito
Yrigoyen poniéndole la banda presidencial a Marcelo de Alvear bien podría
admitir una mirada más, en clave de saludable continuidad y no de ruptura o de
condena forjista. El quiebre entre personalistas y antipersonalistas fue mucho
más resonante en la política que en la gestión gubernamental. No hubo –como
tantas veces después en la historia argentina- un deshacer la obra de gobierno,
ni hubo tampoco un retroceso ideológico marcado, ni en el clima político de la
época ni en el diseño y construcción del estado.
Iniciando el tercer período
kirchnerista, bueno es situar el desafío que se avecina de cara a las
elecciones de 2015. Por un lado, el reto de forjar una organización militante,
una doctrina política, un nivel de hegemonía cultural y una presencia
institucional capaces de, en el peor de los casos, sostener los avances
logrados ante una eventual derrota electoral; y en el mejor, producir un
liderazgo sucesorio y alternativo que garantice la continuidad y profundización
de la política llevada adelante. Por la otra parte, la tranquilidad del alto
piso alcanzado, en cuanto a niveles de recuperación de herramientas estatales,
grados de libertad económica, el nuevo escenario de poder relativo de los
medios masivos de comunicación, y –una vez más- el enorme avance en calidad
institucional desarrollado por la sociedad argentina bajo los gobiernos de
Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
(1) podrían señalarse
aportes del frepaso, las CTA y MTA y algunos movimientos sociales.
(2) O el de Jerónimo
Luis de Cabrera, que no quiero pecar de litoraleño o porteñista.
(3) Sagaz aporte de
Salvador Ferla en su casi póstumo “El drama político de la Argentina
contemporánea”, que merece relectura permanente.
(4) Perón no fue
antagonista del Brasil, en lo que conecta más con Mitre y Roca que con Yrigoyen
(“pedirme que me haga mitrista es como pedirme que me haga brasilero”). De
todos modos, el peronismo fue sensible al recelo histórico hacia Portugal. En
la primera etapa, el peronismo no fue en ruptura total con el liderazgo de
Justo y el diseño militar de Rodríguez. Y luego, al irse despojando del panteón
liberal, ese que Scalabrini Ortiz criticaba como fuente nominadora de los
ferrocarriles estatizados, las variantes revisionistas fueron todas anti
lusitanas. El ABC de Perón con Vargas y con Iglesias, no desarticuló hipótesis
de conflicto ni el despliegue del Ejército.
(5) Ante la
movilización convocada por su padre tras el asesinato de Axel Blumberg, el
Congreso aprobó una inconsistente reforma al código penal, endureciendo penas,
que no resolvió nada y que quizás empeoró las cosas. Con “ideológicamente
correcto” queremos decir coherente con el ideario sostenido en el discurso, que
no se desdijo haciendo concesiones programáticas sino que profundizó su
programa.
(6) Por cierto que no
pretendo negar el problema, sólo señalar la utilización que se hace desde un
dispositivo político de modelación cultural. Sería bueno ser sociólogo para
estudiar si, en alguna proporción y de algún modo, “el miedo a la inseguridad”
viene a sustituir temores como el que en otras épocas se forjaba, también de
manera sostenida, sobre el diablo u otras entidades maléficas. Además de
analizar el declive de la hegemonía cultural del cristianismo y la pérdida del
“temor de Dios” ver, del mismo autor, el ensayo “Horario, circulación por el
espacio público y fantasías de la niñez y la tercera edad en el ambiente
rural y suburbano del siglo XVIII - Bosque, lobo feroz y disciplinamiento
social”.
(7) Hace años, todo
documento político y toda arenga en asamblea universitaria no finalizaba, sino
que empezaba con un subtítulo: “situación internacional”.
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