El kirchnerismo como moderación


El kirchnerismo como moderación
(“moderación o muerte”)
junio de 2012
1.-
Podrá haber quien discuta la siguiente afirmación: el gobierno de Néstor Kirchner fue el mejor en medio siglo. No podrá ponerse en duda que fue el primero en ese lapso que terminó con mayor adhesión que la que tuvo al inicio, lo que no es poca cosa: sólo Yrigoyen en 1922 y Perón treinta años más tarde pudieron exhibir una marca parecida.
Asumió con el respaldo de sólo el 22% de los votos, y si bien con malicia podría señalarse que es fácil subir tras porcentaje tan pequeño, la práctica política argentina agiganta la construcción emprendida. Haber podido estabilizarse y acumular poder en un país de estatalidad perdida, con un sistema político debilitado y fragmentado, y con poderes fácticos de dudosa vocación por lo público es un mérito enorme. Con porcentaje similar asumió el gobierno Arturo Illia, y no pudo ni acrecentarlo ni sostenerlo. Se dirá que las circunstancias eran complejas, pero casi todas lo son. Y aquella era una Argentina en que el estado tenía mucho más poder relativo que el de principios del siglo XXI.
Viejo tópico de la política y de la guerra: ¿cuánto interviene el azar en el curso de los eventos humanos? En aquel abril de 2003 salió pato, pero bien pudo ser gallareta. Recordemos los resultados: Menem 24,45; Kirchner 22,24; López Murphy 16,37; Rodríguez Saá 14,11; Carrió 14,05. En agosto de 2002 se insinuaban con fuerza las candidaturas de Reutemann y De la Sota dentro del oficialismo. Es dable, entonces, considerar que el resultado bien pudo haber sido otro. Es necesario un gran acto de imaginación -y aún de fe religiosa- para suponer que cualquiera de los nombrados pudiera haber impulsado un proceso político de las características y de la calidad del que llevó adelante el kirchnerismo. Y más allá de una mera aritmética (pos)electoral en aquellas circunstancias parecía que las relaciones de fuerza eran altamente desfavorables; y que las energías espirituales, o el ánimo político de los actores, o las fuerzas culturales disponibles para emprender un proceso como el realizado no estaban presentes, o bien tenían un grado de dispersión que las invisibilizaba e inhibía.
¿De dónde salieron los recursos humanos materiales y simbólicos para poner en marcha, sostener y profundizar el proceso?  Si uno analizara la lenta pendiente en que fue deslizándose la política argentina, englobando aquí todas sus dirigencias; cómo fue siendo colonizada, en una suerte de sustitución molecular, todo lo que pudo haber habido de pensamiento de izquierdas, desarrollista, nacionalista o socializante; cuál fue la práctica de los gobiernos en todos los órdenes; cuál la producción intelectual, qué de disponible en tanto capital social y ánimo de rebeldía contra las ortodoxias establecidas, el resultado de la práctica kirchnerista se agiganta. Podría afirmarse que la última capa sedimentaria que formó recursos desde aquella perspectiva ideológica se dio a comienzos de los fallidos ’70, y que los cuadros políticos que pusieron en acto aquellos conceptos lo hicieron tras mantener aletargado aquel bagaje ideológico en la inhóspita travesía de la salida de la dictadura, el balbuceo alfonsinista y el pantanoso territorio neoliberal de los ’90. El fallido gobierno de Rodríguez Saá y el interregno de Duhalde tuvieron un destello desarrollista, pero limitado a una reinstalación del discurso productivista por sobre el financiero. Todo lo demás provino de una audaz utilización de la herramienta gubernamental para ir ganando legitimidad, detectando aspiraciones sociales y fuerzas disponibles, captando adhesiones, fortaleciendo actores de afinidad ideológica o de intereses convergentes, afectando –aún por tanteos y gradualmente- poderes establecidos, y logrando, al final, convertir una adhesión pasiva en puesta en marcha militante y fervorosa, con el saludable añadido de nuevos contingentes ciudadanos a la política. No es poco.

2.-
Claro que se dio y se vio sacudido por marejadas de críticas. Críticas de distintas calidades, pero en general de poca consistencia lógica. La eficacia de esas críticas ha estado, más que sustentada en la coherencia de la argumentación o la credibilidad de los emisores, sostenida por la organizada y permanente repetición, reciclaje y amplificación de consignas estridentes, burlas acerbas y rumores infamantes. Críticas de argumentos contradictorios y cambiantes, en línea con el refrán español de “palos porque bogamos, y palos porque no bogamos”.
Parte de la (re)construcción del poder kirchnerista tuvo que ver con la precariedad opositora. La mayoría de los críticos del proceso político abierto en 2003 pretendieron cubrir con enojo y maledicencia su propia mezquindad, impotencia, falta de propuestas o grandes responsabilidades en la debacle argentina. A poco andar exhumaron un vocablo en desuso para lanzarlo sobre el kirchnerismo: “crispación”. Fue una manera de querer repetir condenas de eras geológicas anteriores. La crispación kirchnerista venía a ser el resentimiento de clases prohijado por los anarquistas, o hecho gobierno en la Rusia bolchevista. El viejo mote de Lenin emponchado conque atacaron a Yrigoyen, o las posteriores diatribas psicologistas conque buscaron denigrar a Eva Duarte, Juan Perón y el 17 de Octubre, aquellas de ser resentidos sociales y arribistas, hijos naturales que vengaban una infancia de segundones tomando revancha sobre la sociedad bien constituida. Revolucionarios de impostura, conectados al nazismo por ser portadores de meras ansias de poder, figuración y venganza. Atizadores de la lucha de clases no por ser portadores racionales de ideales redentores, sino por ser esa la única vía de ascenso social disponible para sus tenebrosas aspiraciones.
La crispación que veían en el avance popular no era, en realidad, más que su propia, desagradable y rencorosa figura, devuelta por el espejo de una sociedad que –moderada y módicamente- iba recuperando grados de libertad y de igualdad, a costa de recortar privilegios consagrados por años de impunidades, asaltos al estado y tutelajes culturales.
Kirchner demostró la falsedad de mentiras consagradas que alentaban la resignación cultural ante la injusticia social y la postración nacional. Gente que aplaudió la fiesta neoliberal y que fue incapaz de corregir el rumbo, denunció a gritos irresponsabilidad, rencor e inexperiencia; y alertó que nos acercábamos al abismo. Y ante cada demostración de la razón gubernamental, en lugar de la autocrítica prefirió anunciar nuevos y variados cataclismos.
A toda esa crítica, leve en densidad argumental pero persistente como llovizna de invierno,  fue muy receptivo mucho ciudadano de a pie, y no sólo de clase media, tras décadas de machacona pedagogía neoconservadora, que a pesar de sufrir el expolio del neoliberalismo, y aún percibiéndolo, siguieron devotos recitadores de un catecismo económico y social individualista.
Clamaron por calidad institucional, mejores formas y modales gentes que no exhibieron la menor preocupación por esas formas mientras el neoliberalismo asaltó el país, robando sus riquezas y violentando las instituciones; amparado por una Corte Suprema de Justicia adicta y obsecuente, construida a designio.
Reivindicar los derechos humanos, rescatando la memoria de la represión y promoviendo justicia, fue considerado revanchismo hasta por cierta impostada vestal republicana, Casandra paródica que tachó el nombramiento de Nilda Garré en el Ministerio de Defensa como “una provocación innecesaria” y pidió “dejar de humillar a los militares por lo que hicieron mil personas”. Se postuló que nada de todo lo que se impulsó –que ha resultado inmenso acto de Justicia- era legítimo porque los Kirchner no habían sido militantes de los organismos de derechos humanos ni sufrido suficiente persecución dictatorial. Y aunque las organizaciones de derechos humanos aplaudieran y apoyaran la reapertura de los juicios y las condenas a los represores dictatoriales, se buscó menospreciar el acto, diciendo que estaban todos viejos y no tenían la fortaleza de antes, o que era un inútil ejercicio de fijarse en el pasado, o una demagógica apelación electoralista. Cuando muchos de esos mismos críticos habían impulsado el olvido y la consagración de la impunidad, y cuando el tema no figuró en ninguno de los compromisos de campaña ni de las preocupaciones señaladas por las encuestas electorales.
La modificación del Consejo de la Magistratura y la renovación de la Suprema Corte de Justicia sustituyendo la mayoría automática por jueces insospechables de sumisión a ningún gobierno fueron tildadas de agresión al equilibrio de poderes porque Kirchner usó la cadena nacional para exigir renuncias a los Supremos.
La autolimitación en el procedimiento de selección y proposición de jueces, y la supresión del delito de desacato no impidieron que se calificara al gobierno de tener tendencias autoritarias o promover ataques a la prensa libre. Argumento falaz propalado por golpistas recurrentes, y repetido por liviana clase media, muy propensa a la elusión cómplice ante barbaridades del pasado reciente.
Se repitió hasta el hartazgo que renegociar la deuda con dignidad era imposible y que nos expondría al aislamiento internacional. También que la cancelación de obligaciones con el FMI era innecesaria y pondría al país en riesgo por falta de divisas en el Banco Central. Pronósticos que no se cumplieron, y Argentina recuperó grados importantes de independencia económica.
Brutal enojo les produjo la política de acercamiento a América Latina y en particular a Venezuela. Quienes durante décadas cobraban comisiones leoninas por endeudar al país se irritaron sobremanera cuando Chávez decidió comprar bonos argentinos, y empezaron a hacer lo que nunca hicieron antes: difundir las tasas que pagarían esos bonos y considerarlas caras. Recordemos a Cavallo pagando con plata de todos a David Mulford, y entenderemos cuán de cocodrilo resultan las lágrimas de estos republicanos de impostura.
En los’90 el país creció durante los primeros años, pero con endeudamiento externo, aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia. Ante las críticas, los gurúes económicos y sus aliados políticos predicaban la paciencia. Ya derramaría el crecimiento a todos los argentinos y advendría el reino de los cielos. A partir de 2003 no han hecho sino pedir frenar el crecimiento, en un país al que la deuda externa no le condiciona su política, y vociferar que el incremento salarial y el aumento de las jubilaciones resultarían en descontrol inflacionario.
En realidad no buscan soluciones para la sociedad argentina, sino erosionar al gobierno apelando a dos realidades históricas devenidas en pesadillas espectrales: la inflación y el aumento del dólar. Que más de una vez han sido caras de una misma moneda.
Analizado el discurso de los desvaídos gurúes de la ortodoxia económica se verá que en los primeros años se invocó al fantasma inflacionario al mismo tiempo que se propugnaba el aumento de tarifas de servicios, privatizados en manos de capital financiero y empresas extranjeras. Contradictorio discurso que encuentra explicación en la intención de satisfacer por un lado el interés de los auspiciantes y asustar por el otro a la población, con el objetivo de minar al gobierno. En la medida en que las empresas fueron re-nacionalizándose, la presión no fue ya tanto por el aumento de tarifas, sino por la devaluación del peso. Ingenuo pedido si se busca contener la inflación, hipócrita apelación que busca, ahora, el favor de quienes están cercanos a las divisas, al tiempo que seguir asustando con la invocación al peligro sobre los ahorros por una inflación concebida e invocada como herramienta para deslegitimar la acción gubernamental.
A pesar de este tipo de crítica pertinaz y agobiante; y, en algún punto, seguramente por ese tipo de crítica y esa calidad de críticos, el accionar del Frente para la Victoria conducido por Kirchner restituyó sentido y credibilidad a la política. No es poco.

3.-
Aunque muchos lo valoren positivamente, mientras otros lo encuentran abominable; aunque se lo nombre de distintos modos y se lo caracterice o describa desde diversas concepciones o arsenales ideológicos; no parece haber demasiada discusión sobre un punto: el kirchnerismo ha resultado un proceso político desarrollista e industrializador; de afirmación cultural popular, nacionalista y modernizante; de vocación latinoamericanista y socializante; que reafirma el papel del estado como mediador no ingenuo en los conflictos sociales.
La retórica altisonante, de tonos trágicos y apocalípticos en los opositores, y de ribetes épicos en ciertos defensores del kirchnerismo, hacen que resulte menos difundido –entre propios y extraños- otro aspecto destacable y central: también ha sido un gran reparador de las instituciones, promotor de impulsos democratizadores; cultor de la responsabilidad fiscal y el rigor técnico en la conducción de la economía.
Dato que vulnera propaganda y sentido común oligárquico: el kirchnerismo es fuertemente celoso del gasto público, y muy reticente al endeudamiento. La oposición hablará del viento de cola, como hace sesenta años de unos mitológicos sótanos del Banco Central que no podían recorrerse de tanto oro allí apilado. Lingotes despilfarrados en la orgía peronista, en la fiesta del monstruo. También resucitará otra vieja crítica de sesgo gorila iluminista: la idea del peronismo, ahora kirchnerista, como impostura socializante y nacionalista
El lector sagaz podrá utilizar una pequeña paradoja de cabotaje para sorprender señoras gordas en alguna fiesta o reunión social: el kirchnerismo, tachado de despilfarrador y populista (en ese permanente equívoco por demagógico), ha encarado el desendeudamiento y hecho gala de superávit comercial y fiscal. Ha ido pagando las deudas que, contraídas y estimuladas durante 25 años por ortodoxos financistas que proclamaban que había que ajustar cinturones (no los de ellos, claro), arruinaron al país y lo hicieron estallar socialmente en 2001.
Del mismo modo podría llamarse la atención sobre otro ángulo de ese doble pensar orwelliano de ciertos lectores de revistas políticas playas para leer en la playa. Años reclamando aumentar el presupuesto de educación, décadas enjugando lágrimas por los científicos argentinos que se van al exterior, melancolía por el ocaso de las escuelas técnicas, ceño adusto pontificando que los países serios forman ingenieros. Ningún reconocimiento por los avances evidentes e inocultables, presupuestarios y conceptuales, que el kirchnerismo ha impulsado y concretado en la materia. Igual que las quejas por la chabacanería televisiva y la negación ante el canal Encuentro.

4.-
Los movimientos nacionales exhiben identidad y continuidades. Hay cosas en que el kirchnerismo es diferente, tics en los que no ha incurrido, y que representan un avance enorme en nuestras costumbres políticas. Aunque no sean épicos, ni quieran ser reconocidos por esa oposición contumaz, ni a veces percibidos por propios y fervorosos admiradores. Un observador distante de la historia y de la política argentina podría encontrar llamativo cómo las (re)presentan ciertos relatos exegéticos, y cómo las perciben algunos de sus protagonistas.
Parece tentador concebirla siempre inaugural. Con demasiada frecuencia el espíritu de Juan de Garay (2)  descendería sobre líderes fundacionales, que aseguran auroras promisorias. El rito de convocar al pueblo ante el Palo Mayor se repetiría cíclica, recurrentemente, como en “La invención de Morel” de Bioy Casares.
Suele apelarse a algún mito restaurador, que anuncia el regreso al paraíso perdido o nos transporta a una tierra sin males, idílica arcadia primigenia. La más difundida, la más perenne de esas invocaciones es el llanto oligárquico por la Argentina del Centenario, la séptima potencia mundial, la sociedad moderna arruinada por la demagogia yrigoyenista y sepultada por el populismo peronista. Pulsión justificatoria, telón de fondo y discurso envolvente de las dictaduras del ’55 y del ’76.
Sobrevuela la pretensión de la exclusividad argentina. Somos tan originales que nadie nos comprende. ¿Vio? El peronismo sólo puede ser entendido desde el interior de su práctica. De nada valen las categorías europeas de derecha e izquierda. Yrigoyen era críptico y krausista, hablaba poco y en una jerigonza incomprensible, pero el pueblo comprendía sus pulsiones últimas y encontraba en él una aquiescencia. La tercera posición es invento argentino, como el dulce de leche y el colectivo. A nadie se le había ocurrido antes tratar de ser equidistante entre dos que se pelean. Un premio Nobel que nadie ha visto ni conoce dijo que hay cuatro sistemas económicos en el mundo, el capitalismo, el comunismo, Japón y Argentina. Somos únicos, en fin, como verá. ¿O cree Usted qué han tenido algo en común Yrigoyen y Perón con Batlle y Ordóñez, Lázaro Cárdenas, Estenssoro, Haya de la Torre o Getulio Vargas?
Se incurre demasiado en una sobredramatización de nuestros problemas políticos, con tendencia a la retórica incendiaria, la tragedia y el discurso altisonante (3). Quizás vinculado al chiste de Carlos Fuentes de que Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió, quizá vinculada a una mezcla de exagerada gestualidad italiana con desmesura hispánica.
Esa pretensión de originalidad, esa vocación restauradora y esa actitud fundacional suelen estar presentes en visiones críticas y apologéticas de los ciclos populistas. El radicalismo y el peronismo fueron, para esa actitud analítica, como truenos en días de sol, inesperados. Para los detractores, aguafiestas, inapropiados, anómalos, a contrapelo del deber ser, de las costumbres amables y del componente plácido del ser nacional. En el mejor de los casos, mal ejecutados, cuando podían hacerse bien; protagonizados por arribistas, habiendo tanto buen muchacho que podía llevarlos adelante. Percibir al peronismo como anomalía es una reincidencia que no enriquece. Reincidencia en que cae nuestro iluminismo oligárquico. Pretenderlo inaugural no ha sido ajeno a cierto populismo inmanentista.
Concebir nuestra vida política como original, permanentemente inaugural o restauradora no parece un signo de madurez institucional. Concebirse siempre al borde del abismo, siempre ante la madre de todas las batallas, tampoco. Elevar cualquier hecho anecdótico o menor, por negativo que fuere, a categoría de catástrofe que invalida políticas estratégicas y procesos de largo aliento, es un rasgo de incultura política, tristemente frecuente en gente que presume de instruida.
Intuirá el lector sagaz mi opinión: una de las cosas que más me gusta del kirchnerismo es que incurre muy poco en esos defectos. No ha tenido una actitud exclusivista, y su pretensión fundacional es más que moderada. Sólo busca legarnos un país normal que no sitúa en una época gloriosa; invocando épicas populares busca proyectarlas al futuro; apuesta a una nueva modernidad y a insertarnos en el contexto internacional recorriendo la vía de la integración regional.
Surge y se explica a sí mismo como parte de una tendencia sudamericana. Parece concebirse más como un componente o una parte de un tablero continental que se reordena, se reorienta y se encuentra a sí mismo. Con cierta ambigüedad el último Perón, el de Latinoamérica, ahora o nunca, se materializa en la Unión Sudamericana (4). El kirchnerismo, ayudado por el triunfo de Lula en Brasil, y tras algunas vacilaciones iniciales, confluye en una estructuración sudamericana. La intervención de Lula y de Kirchner en respaldo a Evo Morales y a Lugo, así como en la distensión entre Venezuela y Colombia, y –latinoamericanizando el planteo- ante el golpe y la crisis de Honduras, es un avance de dimensiones que solamente la cerril cerrazón de nuestras derechas puede menospreciar. Avance que debe rendir su reconocimiento a Raúl Alfonsín.

5.-
Un rasgo del kirchnerismo distintivo y a mi juicio inédito en la historia política argentina: ante un embate serio, ante un golpe duro y una “derrota de medio término”, confrontó en vez de replegarse. Repasando de memoria intuyo que en nuestro ADN está medir fuerzas y, ante una derrota, replegarse más o menos pactadamente. La batalla de Caseros fue, desde cierta perspectiva, el broche final de una larga negociación de dos años. Y como Rosas, el propio Urquiza se fue replegando, tras el golpe del 11 de Septiembre, de Buenos Aires; y después de Pavón, hacia Entre Ríos. Y Mitre, tras La Verde; y Juárez Celman con la Revolución del Parque. O Yrigoyen en el ’30, Perón con Lonardi, y Frondizi en cada “planteo”. Y Onganía ante el Cordobazo, y Lanusse después de Trelew. O Isabelita, con su política de “concesiones”; y Alfonsín, tras Semana Santa y las elecciones del ’87. O Rodríguez Saá, tras la reunión en Chapadmalal; y Duhalde, tras el asesinato de Kostecki y Santillán.
Kirchner no. Derrotado por el piqueterismo agrarista siguió el consejo de Almafuerte y “arremetió, ya malherido”. Enseñanza enorme, tras ríos de tinta y horas de plenarios y asambleas que analizaron la caída del ’55, las fuerzas de los insurrectos, la cañonera paraguaya y si se podría haber armado al pueblo trabajador. O los intentos de explicar, por vejez y enfermedad de Yrigoyen, el impensable éxito de los alzados del ’30, que iniciaron la marcha con los cadetes del Colegio Militar. Sin armar al pueblo Kirchner dio una lección de política que pasará a la historia, sepultando bajo los hechos el folletín propalado por las usinas conspiradoras y destituyentes, que se regodeaban con vacilaciones de alcoba e incitaciones a la renuncia. Lección de política que ordena lógicamente lo que son las convicciones puestas en actos, las decisiones estratégicas, las anécdotas cortesanas y los chismes amarillos del periodismo adocenado y de los intereses creados.
Es por esta voluntad de lucha, que se desplegó ante cada una de las grandes decisiones que parecían imposibles de tomar, que Kirchner podría haber hecho suya la sentencia maoísta de que estábamos ante un tigre de papel. Y todo realizado en un contexto de profunda paz social, sin represión ni violencia que no fuera verbal, de absoluta legalidad y funcionamiento de las instituciones de la república.
Tampoco esto es poca cosa, y se le puede agregar otro rasgo saludable relacionado: cada vez que tuvo que decidir, cada vez puesto ante una encrucijada de destinos -y salvo en el “caso Blumberg”- optó por la solución ideológicamente correcta y profundizó el rumbo (5).

6.-
Un lugar común difundido a modo de explicación situó a la 125 como el límite y agotamiento del modelo político-económico, sólo prorrogado, en inmerecida sobrevida, por el efecto anímico que desató la muerte de Kirchner. Las movilizaciones que se sucedieron allí –piqueterismo rural y flujo aluvional juvenil kirchnerista- habrían sido distintas. La primera, fruto maduro del civismo argentino, que pasada la emergencia del 2001 no está dispuesta a tolerar los avances sobre las libertades, los abusos y la corrupción inherentes al populismo. La segunda, reacción furibunda, alimentada por recursos estatales, para retener posiciones en el gobierno y capitalismo de amigos. Con ser un poco infamante el relato de la opinión publicada, es un avance significativo respecto del que describió las multitudes de septiembre y octubre del ’45. Bien mirado, aunque con aristas pulidas o desgastadas por el paso de los años, el núcleo explicativo es el mismo. También sobrevoló los discursos la cuestión del espontaneísmo de las masas, ayer obreras y zoológicas, hoy juveniles y exaltadas, pero siempre engañadas por espejismos redentores.
Hubo sí un punto de inflexión en las relaciones de fuerza desplegadas en la escena argentina, pero con otras motivaciones y dinámica. El establishment del país se sorprendió por la movilización desatada en el velorio, como sus abuelos se habían sorprendido 65 años antes por la irrupción de los cabecitas negras y la migración del activismo gremial de las izquierdas al coronel de sonrisa demagógica. Muchas veces en la historia sorprende la corporización de lo disperso, la presentación de lo velado.
Por cierto que no fue la muerte de Kirchner la que, producto de una atávica necrofilia argentina, indujo a las masas a abrazar la falacia kirchnerista, revestida de aires épicos sólo por el ilusionismo empresarial de “Fuerza Bruta”. Esa adhesión al proceso político surgido tras la implosión neoliberal se insinuaba ya a fines de 2009. Lo que estaba, como estaba, y la acción del kirchnerismo desplegado en gobierno, catalizándolo, y constituyéndolo de modo sucesivo, creciente e incompleto, iba repechando la cuesta abajo por que había rodado tras la pelea por las retenciones móviles. Fue decisivo que, tras la derrota electoral en las legislativas (en buena parte auto infligida), Kirchner hiciera, como se ha señalado, lo que nunca había sucedido en las pampas: que un gobierno atacara tras la derrota, en lugar de acordar su retirada. Eso hizo que quienes venían adhiriendo pasivamente a su reconstrucción del poder estatal, a su afán por resituar la política como ordenadora, quienes habían compartido –balconeando- su incipiente pero clara redistribución de bienes simbólicos y materiales, vieran que esa tenue pero firme recuperación estaba en riesgo. Y que había alguien dispuesto a conducir la pelea por mantener el piso de recuperación. Lo que animó a resistir la embestida para tratar de afirmar lo alcanzado, dejar ese piso lo más alto posible ante una eventual próxima derrota, y luego, ante la increíble levedad del ser opositor, pensar en nuevos objetivos, avances y victorias.
El enojo con los modales, la desazón de muchos que querían ver en el inicio del gobierno de Cristina Fernández cambios de estilo y sintonía fina -que el gobierno no supo, no quiso, no pudo desplegar-, favoreció la contraofensiva reaccionaria y le dio masa de maniobra. Alumbró con la 125, tuvo su pico en las elecciones de 2009 y se fue desinflando. Se fue viendo qué y cuánto era lo que estaba en juego, las mezquindades, hipocresías o perversidades de los detractores de Kirchner, y finalmente su proverbial incapacidad.
Los fastos del bicentenario mostraron que no había el rechazo generalizado al gobierno que publicaban los medios opositores, y la muerte de Kirchner bajó o derrumbó barreras sentimentales que retardaban esa re-adhesión fortalecida al proyecto que conducía, ahora más claro en sus contornos y en su firme voluntad.
Más allá de algunos cantares de gesta oficialistas, en las honras fúnebres hubo menos de tomar las calles por asalto que de inundación con tonos de octubre, asonada festiva, desborde de sentimientos rodeando razones muy firmes y profundas. Quien haya dejado que sus pasos lo llevasen por la Plaza de Mayo, quien haya hecho la cola varias veces, podrá haber percibido cómo fue convirtiéndose en un hecho alegre, y de qué modo el dolor -siempre presente- se fue entremezclando con la entusiasta y festiva afirmación doctrinaria, ideológica, política al muerto ilustre.

7.-
Como cada vez que la oligarquía sintió amenazados sus intereses y sus posiciones, practicó el arte que mejor cultiva y que mejor le sale: la calumnia insidiosa sobre los gobiernos populares, con un libreto que aunque cambien los siglos permanece inalterable en su esqueleto organizador. La descalificación personal de los líderes, la burla a la impericia de los “recién llegados” al aristocrático quehacer del gobierno, la sospecha de corrupción administrativa sobre cada medida gubernamental, el temor al qué dirán en el mundo civilizado. El dato de contexto, el tinte de época ha estado en la impresionante magnitud que había desarrollado el control cuasi monopólico de la comunicación de masas, la desactivación del actor militar, la pérdida de tutelaje cultural por parte de la Iglesia Católica, y la aparición de la inseguridad como construcción cotidiana de la angustia, y como erosionadora de gobiernos ante la dificultad de resolverla (6).
  
8.-
Ya hemos dicho que el kirchnerismo es portador de una madurez y una moderación inusual tanto en lo que han sido los movimientos populares argentinos como –ni que hablar- en sus contendientes oligárquicos. Ha tenido mucho menos de ruptura que, por decir algo esquemático, el proceso independentista, el federalismo tras el largo quiebre que va desde la caída del Directorio al fusilamiento de Dorrego, la Revolución del Parque o el 17 de Octubre. Más allá de que algunos sectores reproduzcan un difuso, idílico e inconsistente discurso montonerista; más allá de cierta enfática defensa de Moreno (Mariano), confusamente jacobina e injustificada; más allá de cierta aspereza en el modo de construir alianzas dentro y fuera del peronismo, y de la forma de mantenerse en el centro de la escena, detentando la conducción; el kirchnerismo es más tolerante e institucionalista que todos sus antecesores. Y ni que hablar si se lo compara con sus opositores y objetores, que sólo reclaman procedimientos de caballeros y libertades cuando no están en situación de violentarlas. Yrigoyen intervino más provincias que Kirchner, y no dejó de usar la fuerza militar para reprimir protestas sociales, el primer peronismo tuvo una retórica incendiara que más de una vez le jugó en contra, y no hace falta señalar nada respecto al del ’73-’76.
No deja de llamar la atención cómo ha evolucionado menos el país oligárquico, y cómo hizo eclosión en cuanto pudo, un torrente de odio hoy antikirchnerista, heredero del antiperonismo cerrado de los ’50, y que encierra un componente clasista, y aún racista, que ha de encontrar raíces en el período colonial. La evolución de la sociedad argentina ha tenido mayor continuidad que hace cien años. El aluvión inmigratorio llegado sobre el fin de las guerras civiles exigió un inmenso esfuerzo de asimilación cultural. Un dejo de racismo también vino con él y conectó con el exclusivismo de los conquistadores. Hoy nuestra sociedad está mucho más “americanizada”.
En la distancia de tantos intelectuales hacia el primer peronismo han de haber influido ese componente eurocentrista que vino con la inmigración, los ecos de la tragedia de la guerra civil española y el intenso debate entre fascismos, democracias liberales y comunismo que saturó el período de la segunda guerra mundial. Y lo de las formas; lo de las innecesarias, contraproducentes -algunos dicen que inevitables- agresiones del peronismo a la estética y a la ética individual(¿ista?) de la clase media argentina, que se identificó más con la clase alta que la despreciaba y utilizaba como masa de maniobras, que con el peronismo que la benefició. Gente educada cuya inteligencia se oscurece cuando mira en política, con una suerte de incapacidad para analizar y ordenar lógicamente las prioridades, valorizando por la percepción del conjunto. Gente que no juzgaría la gestión de Clinton por el "affaire Lewinski". Sin dejar de haber sufrido ataques por ese flanco, es evidente que el kirchnerismo ha contado con mayor adhesión de clases medias intelectuales que el peronismo o el yrigoyenismo. El viejo sueño de Alberdi ha estado esta vez más cerca.
Más allá de lo que suele opinar cierto quejoso y autodenigratorio componente del ser nacional, es evidente que se ha producido un enorme aprendizaje político en la Argentina. Habría que indagar más en un punto: la capacidad de gestión. El yrigoyenismo no tenía más experiencia de gobierno que dos años en Santa Fe. El peronismo tenía la de la conducción militar, la de gestiones locales de algunos radicales y conservadores que se sumaron, y la de las luchas sindicales combativas. El kirchnerismo en particular, y el peronismo en general llega al gobierno del 2003 con un camino recorrido mucho más denso, tras dos décadas de gobiernos en distintos órdenes del estado. Esto debe hacernos valorar la continuidad institucional, y asignar cuidadas responsabilidades a quienes violentaron el orden constitucional y rompieron la normal acumulación social de experiencia en el gobierno.

9.-
Ya finalizando estas reflexiones deshilvanadas, y volviendo desde otro ángulo al tema de la moderación y la continuidad acumulativa como características virtuosas de los procesos de cambio profundo, vale una anotación sobre el contexto internacional (7).
No puede dejar de apreciarse relación entre el ascenso social y los movimientos americanistas con períodos de ocaso, problemas o repliegue imperiales. También algún vínculo entre la modalidad de esos procesos y la dimensión de las crisis en el centro mundial de poder. El hundimiento español de 1808 tiñó de aires de ruptura un proceso que venía dándose firme y sostenidamente, empujado y usufructuado por Inglaterra. El yrigoyenismo, forjado lentamente durante la pax británica, se desplegó durante la primera guerra mundial. El peronismo durante la segunda, en el marco de la guerra y la sustitución gradual de ingleses por norteamericanos. Hoy asistimos a un decaimiento relativo del poder norteamericano, que lleva diez años empantanado en las guerras del oriente medio. Ha existido una desatención obligada de la América morena, mucho más en la del Sur que en la Central y el Caribe. No ha de descartarse que si admiten y se ven obligados a replegarse un poco de Asia lo hagan sobre este sector del mundo.
Hubo un tiempo en que se dependía y se miraba políticamente a España, pero se comerciaba con Inglaterra. La independencia se dio tras ese largo acostumbramiento, y se sintió una gran seducción por los ingleses. Cien años después cómo sacarse de encima el nuevo yugo que nos atenazaba fue un tópico de nuestra literatura política. Ante el ascenso de China, su particular relación con la Argentina y la creciente participación en el comercio bueno será no tener prejuicios, recelos ni temores, pero tampoco carecer de política que preserve nuestra autonomía estratégica.
A diferencia de otros momentos de la historia sudamericana (casi todos), la convergencia política con Brasil permite una dimensión de integración única. Aprovechar el momento para estructurar esa unidad, consolidando infraestructuras de comunicaciones y vínculos culturales en todos nuestros países es un imperativo que debería ser pactado por toda la sociedad política.
Ante la cantinela opositora sobre nuestro aislamiento del mundo se destaca como un activo del kirchnerismo su excelente política internacional, donde habrá que resaltar la claridad y firmeza de los presidentes y la calidad técnica de Jorge Taiana. La contribución a la integración y la paz sudamericana, la recuperación de Malvinas como reclamo regional y la proyección de una política firme y conjunta hacia el antártico son legados invalorables.
  
10.-
Cuando han podido completar sus mandatos, un problema para los gobiernos populares ha sido el de la sucesión. Como en los videojuegos, el éxito de resolver un problema nos lleva a un nuevo desafío. Ese debate sucesorio cruza este tiempo del kirchnerismo, y no se limita al problema del candidato. En un movimiento que supo perdurar 10 años implementando el neoliberalismo en la Argentina, con dirigentes que más allá de su formación ideológica y su historia militante bien pueden servir una política que las contraríe, la sola pertenencia a un partido no parece garantía de conducta programática. El estilo de conducción kirchnerista se ha probado eficaz para garantizar gobernabilidad como pocas veces en nuestra historia, manteniendo con rienda corta a aliados no siempre confiables. Pero -efecto colateral- no han florecido hasta ahora liderazgos ampliamente reconocidos al interior del kirchnerismo. Cuesta encontrar algún dirigente que pueda exhibir a un mismo tiempo reconocimiento de los dirigentes y militantes, poder territorial e identificación ideológica con la práctica y gestión de gobierno de los Kirchner. Parece probable que el peronismo/FPV gane las próximas presidenciales. No aparece tan claro hoy, junio de 2012, que el kirchnerismo cuente –exceptuando a nuestra Presidente- con un dirigente de su núcleo capaz imponerse en la interna de la coalición gobernante. Falta mucho tiempo, de todos modos, y desafíos mayores han sido salvados.
Sólo dos veces un presidente surgido del voto popular se dio sucesor de su mismo partido: Kirchner con Cristina Fernández, e Yrigoyen con Alvear. La inquina reaccionaria minimiza la trascendencia institucional de la sucesión de Néstor por Cristina. Lectores asiduos de chismes sobre la nobleza europea se invisten de austeridad republicana y señalan con malicia tendencias monárquicas. Suponen que una sociedad matrimonial anula la existencia de una sociedad política. La sucesión de 2007 resultó mucho más exitosa que la del año ’22, pues fue continuidad y no ruptura política. Y si se la comparase con la otra experiencia de sucesión conyugal argentina –no por elecciones, sino por fórmula y fallecimiento- no cabe comparación entre los períodos 1974-76 y 2007-11.
La historia posterior del alvearismo nos quita percibir a 1922 como un año de continuidad política. Y el triunfo de Yrigoyen sobre el candidato antipersonalista, su efímero y contradictorio gobierno, su muerte posterior, el deslucido papel del alvearismo durante la década infame, y la incapacidad del radicalismo para -muerto Alvear en las vísperas del peronismo- recuperar su papel de partido popular y nacionalista, dejaron al antipersonalismo sin herederos, fijado en la actitud claudicante.
Sin embargo la imagen de Hipólito Yrigoyen poniéndole la banda presidencial a Marcelo de Alvear bien podría admitir una mirada más, en clave de saludable continuidad y no de ruptura o de condena forjista. El quiebre entre personalistas y antipersonalistas fue mucho más resonante en la política que en la gestión gubernamental. No hubo –como tantas veces después en la historia argentina- un deshacer la obra de gobierno, ni hubo tampoco un retroceso ideológico marcado, ni en el clima político de la época ni en el diseño y construcción del estado.
Iniciando el tercer período kirchnerista, bueno es situar el desafío que se avecina de cara a las elecciones de 2015. Por un lado, el reto de forjar una organización militante, una doctrina política, un nivel de hegemonía cultural y una presencia institucional capaces de, en el peor de los casos, sostener los avances logrados ante una eventual derrota electoral; y en el mejor, producir un liderazgo sucesorio y alternativo que garantice la continuidad y profundización de la política llevada adelante. Por la otra parte, la tranquilidad del alto piso alcanzado, en cuanto a niveles de recuperación de herramientas estatales, grados de libertad económica, el nuevo escenario de poder relativo de los medios masivos de comunicación, y –una vez más- el enorme avance en calidad institucional desarrollado por la sociedad argentina bajo los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

(1) podrían señalarse aportes del frepaso, las CTA y MTA y algunos movimientos sociales.
(2) O el de Jerónimo Luis de Cabrera, que no quiero pecar de litoraleño o porteñista.
(3) Sagaz aporte de Salvador Ferla en su casi póstumo “El drama político de la Argentina contemporánea”, que merece relectura permanente.
(4) Perón no fue antagonista del Brasil, en lo que conecta más con Mitre y Roca que con Yrigoyen (“pedirme que me haga mitrista es como pedirme que me haga brasilero”). De todos modos, el peronismo fue sensible al recelo histórico hacia Portugal. En la primera etapa, el peronismo no fue en ruptura total con el liderazgo de Justo y el diseño militar de Rodríguez. Y luego, al irse despojando del panteón liberal, ese que Scalabrini Ortiz criticaba como fuente nominadora de los ferrocarriles estatizados, las variantes revisionistas fueron todas anti lusitanas. El ABC de Perón con Vargas y con Iglesias, no desarticuló hipótesis de conflicto ni el despliegue del Ejército.
(5) Ante la movilización convocada por su padre tras el asesinato de Axel Blumberg, el Congreso aprobó una inconsistente reforma al código penal, endureciendo penas, que no resolvió nada y que quizás empeoró las cosas. Con “ideológicamente correcto” queremos decir coherente con el ideario sostenido en el discurso, que no se desdijo haciendo concesiones programáticas sino que profundizó su programa.
(6) Por cierto que no pretendo negar el problema, sólo señalar la utilización que se hace desde un dispositivo político de modelación cultural. Sería bueno ser sociólogo para estudiar si, en alguna proporción y de algún modo, “el miedo a la inseguridad” viene a sustituir temores como el que en otras épocas se forjaba, también de manera sostenida, sobre el diablo u otras entidades maléficas. Además de analizar el declive de la hegemonía cultural del cristianismo y la pérdida del “temor de Dios” ver, del mismo autor, el ensayo “Horario, circulación por el espacio público y fantasías de la niñez y la tercera edad en  el ambiente rural y suburbano del siglo XVIII - Bosque, lobo feroz y disciplinamiento social”.
(7) Hace años, todo documento político y toda arenga en asamblea universitaria no finalizaba, sino que empezaba con un subtítulo: “situación internacional”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Relatos de viaje - índice

que se mueran los feos

No sólo a Aquiles se le escapó la tortuga.