Elecciones, encuestas, mentiras, actitudes


Elecciones, encuestas, mentiras, actitudes
agosto de 2011
Eurípides tenía en muy pobre concepto a los oráculos y adivinos. Sospechaba que eran unos farsantes que opinaban por dinero.
Yo, que he tenido trato con las ciencias y aprobé "Probabilidad y estadística", no llego a tanto pero presto poca atención a encuestadores y publicistas. Porque muchas veces se equivocan, porque algunas mienten a sabiendas, y -sobre todo- porque consumir encuestas suele implicar que el militante devenga en comentador, angustiado o entusiasta, de una obra actuada por otros de cuyos libretistas cabe desconfiar.
Empecé a militar en 1981 y me hice peronista. Si hubiese realizado "sondeos de opinión" y "focus group" entre mi franja etaria y mi ubicación socio-cultural tendría que haber apoyado a Videla. Hice bien desoyendo el sentido común.
Hasta la fecha de las elecciones no me importa tanto saber quién ganará como convencer a todo el que pueda para que gane la que me parezca la mejor propuesta.

A principios de 2011 un amigo me provocaba con un mensaje en cadena de correo electrónico“... hacer campaña por el kirchnerismo es como sacar a pasear a un perro muerto ...“. “¡Fin de ciclo, fin de ciclo!”, gritaban militantes del periodismo oligárquico a poco de ganar aquella elección Cristina Fernández en primera vuelta. “Gana Marina Silva y pierden Santos y Tabaré Vásquez” nos informan cadenas internacionales que baten la justa.
No hay que ser muy lince para ver que esas frases no buscan ni anuncian la verdad. Lo que procuran es infundir aliento y llevar ánimo a la tropa anti-k, que no es la mía. Al mismo tiempo y en espejo, buscan minar nuestra moral instalando la idea de una derrota segura e inevitable, en la convicción de que poca gente pelea por causas que da por perdidas.
Algunos, entre los cuáles me cuento, piensan que la lucha por buenas causas perdidas dignifica y, en el caso de los creyentes, acerca a Dios. Pero ésta –nuestra política- no me parece una causa perdida ni mucho menos.
Esas frases, repetidas al infinito, buscan el efecto de ciertos cánticos de tribuna. Resulta patético verlas en gente atildada y presumida que denuesta a los populistas desde una auto adjudicada moral republicana y superioridad intelectual que nadie ha visto ni conoce. Triste, porque plantea la cuestión no en términos de discusión de ideas o convicciones sino de triunfalismo, derrotismo u oportunismo. La diatriba y la calumnia califican el alma de quien las profiere más que al destinatario.
Hay que hacer lo que está bien y no lo que va ganando. La política se alimenta de convicciones y no de cálculo. O mejor: se han de hacer los cálculos para llevar las convicciones a la victoria.
Muchas veces se ha criticado a “los peronistas” por adscribir irracionalmente a una divisa, por cargar de amor de partido su adhesión a una opción política. “Negros de clase baja que votan irracionalmente por ignorancia”. Nunca he suscripto semejantes valoraciones, pero aún si así fuera -que insisto, no lo es- estaríamos ante un caso de irracionalidad por amor. Penoso ver cómo prolifera la irracionalidad por odio. Que el odio de partido ciegue a alguna gente para no ver o no querer analizar los hechos objetivamente. Y que los ciegue al punto de no percibir contradicciones entre criticar al mismo tiempo a Néstor Kirchner por vestir mal y a Cristina Fernández por elegante.
Si hacer política según anécdotas es precario ¡cuánto peor ese grado de incoherencia e insatisfacción existencial!
Puede entenderse, aunque no se comparta, que un oligarca no quiera al kirchnerismo porque han vuelto la obra pública, las paritarias, los aumentos de sueldos y jubilaciones, porque se abrió la posibilidad de jubilarse para quienes habían quedado excluidos, porque se juzga a los represores o se acabó la Corte Suprema complaciente de Menem.
Más difícil de comprender es que alguien que se beneficia de todo eso y que se perjudicaría si volviesen los tiempos del endeudamiento con el FMI o los recortes salariales se sienta agobiado con argumentos de “señora gorda”. La adopción del odio ajeno es la marca extrema del servilismo.
Volviendo a mi amigo y su frase del perro, se me podrá decir que tiene o puede tener otro contenido; que soy suspicaz, mal pensado y retorcido. Que no está enunciada desde el odio cerril a los kirchneristas, ni a los negros, ni a los zurdos; que sólo es una frase irónica y burlona de un ciudadano argentino que tras una vida de aprendizaje doliente luce comprensiblemente descreído y no quiere, por tanto, participar.
No comparto eso de la condena de ser argentino. Esa autocompasión por un destino supuestamente sufriente sólo puede provenir de una mirada de corto alcance, de un localismo introspectivo, exagerado y autista.
Nos suelen presentar la indiferencia política como un producto de la sabia universidad de la calle, resultado de un aprendizaje adquirido a fuerza de padecer desencantos. “A buen tiempo mala cara / da cartel de inteligente”, se burlaba María Elena Walsh.
Licurgo decía que el delito más infamante para el ciudadano es que, en la lucha en que se deciden los destinos de Esparta, él no esté en ninguno de los dos bandos o esté en los dos.
Por otra parte, deducir de fracasos y frustraciones que no debe participarse en política porque todos los políticos son malos, falaces y estafadores, es una bobada de proporciones. Si los buenos se retirasen de la política, ¿quiénes quedarían, responsabilidad de quién, beneficio para quiénes?
Si la política se debilita se fortalecen quienes conducen la sociedad sin apelar a la opinión pública ni a la construcción de consensos democráticos. Si soy un gran oligarca, necesito políticos desacreditados y corruptos para que nadie pueda tener legitimidad desde fuera del poder económico. Y mejor si logro disponer de cadenas de información, comunicación y manipulación para desacreditar gobiernos, minimizar cuestionadores y convalidar el orden establecido.
Digan lo que digan las encuestas haré gustosamente campaña por el Frente para la Victoria. Sus gobiernos han sido los mejores en más de medio siglo y es el agrupamiento que mejor expresa lo que entiendo ha de hacerse en política.
Haré campaña en defensa propia, además, porque lo que existe, se avizora o busca constituirse como oposición nacional es negativo ideológicamente, lesivo en términos de gestión del estado, plagado de mezquindades partidarias y personales, y rico en contradicciones políticas.
Frente a lo que dice tanto comunicador interesado y tanto propagador descuidado, no me parece que nos vaya a ir mal en las elecciones.

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