Prólogo II, de Juan José Giani


II
            El talento de una reflexión política se dirime en su relación inescindible con dos dimensiones básicas. Por un lado, el hilo que se tiende entre el concepto utilizado y el conjunto de fenómenos prácticos que se aprestan a ser escrutados, y por el otro la ligazón entre el puro presente del hecho que indagamos y la historicidad fundante que nos permitió llegar a él.
            Respecto a esto, la eficacia del analista queda siempre sometida a un conjunto de riesgos. En primer lugar, o bien sobreestima la infalibilidad de su marco teórico, lo que le impide ponderar la incesante metamorfosis de los acontecimientos políticos; o bien reverencia el mero impulso cuantificador, la sola enunciación de estadísticas disfrazadas de pensamiento.
En segundo lugar, o bien supone que cada suceso es la confirmación transfigurada de un curso histórico de cuya lógica de desarrollo no se duda, o bien desprecia el peso de las inercias socio-culturales, como si el devenir de una nación habilitara la sorpresa permanente. Puesto de otra manera, el analista se desgarra en el deseable pero dificultoso equilibrio entre la rígida validez de una convicción y la inaprehensible mutabilidad de lo político, entre la gravidez de lo acontecido y lo inesperado de la circunstancia.
            Pues de política se trata, recordamos. Esa particular forma del comportamiento humano donde se dirimen los destinos colectivos, donde la pasión pública condiciona el interés privado, pero donde a su vez todo el tiempo las pretensiones de cada grupo perturban la estabilidad de la convivencia. La política es entonces un mundo vertiginoso, agónico, que procura direccionar conductas, dominar voluntades. Donde a cada paso se busca el rédito material o simbólico, para todos o para algunos, y donde nada se detiene pues no se conoce la vacancia siquiera fugaz de ningún espacio en disputa. El análisis sereno, la mesura interpretativa, la sosegada detección de regularidades es por tanto una tarea ardua para conciencias templadas que no abundan.
            El libro que usted, lector, tiene entre manos, nos demuestra que los riesgos arriba mencionados pueden conjurarse, y que las tensiones entre compromiso y distanciamiento pueden perfectamente arbitrarse. No siempre es recomendable comentar un texto a partir del prisma que nos brinda el testimonio vital de su autor, pero en este caso la referencia resulta fructífera. Sergio Rossi elaborando una percepción crítica (esto quiere decir cordialmente inquisidora) sobre experiencias relevantes de la política argentina (el FREPASO, el kirchnerismo) pone en acción juicios que obtuvo al interior de esos procesos, interviniendo en su consumación y desarrollando sus contenidos desde sus instancias de participación orgánica.
Ya conocemos muchos escritos que se frustran consumidos por otros registros. Aquellos que sucumben entre la desangelada opinión de quien nunca conoció la particular dinámica de una militancia, y las palabras de circunstancia solo destinadas a congraciarse con las restrictivas pertenencias a un sector. Rossi nunca queda aprisionado en ese castrante péndulo, y sus mejores páginas lo muestran reflexionando sobre una praxis (la suya propia) que no obstante en el acierto o en el error puede entregar enseñanzas que trascienden la severa pero efímera coyuntura.
El estilo de los artículos responde saludablemente a esa impronta. Se tratan allí temas densos, de rotundas repercusiones, y sin embargo el autor conserva el tono cauto, la apreciación selectiva, y eso no es apenas un protocolo del lenguaje, la timorata reticencia del que se sitúa en un calculado desapego frente al objeto. Sino, en algún sentido al contrario, opera el empeñoso esfuerzo de quien cree que la forma más aguda de enriquecer prácticas presentes y futuras es no dejarse seducir por la estridencia apologética o la retracción oportunista.
Ese estilo es fiel reflejo además de la trayectoria militante de Sergio Rossi. Un hombre de rotundas convicciones pero siempre abierto al diálogo, de ásperas incursiones en el mundo pero nunca despectivo de aquellos que le advertían que esa misma aspereza debía ser prontamente revisada.
El autor por lo demás es un político estudioso, lo que vale considerar como un mérito. Y no por una vanidad iluminista que asocia erudición con eficacia o prosapias técnicas con bienestar para la patria, sino porque utilizados en justa medida esos saberes disipan falsos dilemas, destruyen sofismas de las clases dominantes, despejan caminos para el dirigente ocasionalmente confundido.
 Destaco en esta línea el manejo de Rossi de los polémicos cursos de nuestra tempestuosa historia nacional o de autores ineludibles para ingresar lúcidamente a ella, tal como se observa en el capítulo en el cual Arturo Jauretche dispara moralejas para interrogar actuales desafíos de nuestra estrategia para la defensa.
Es obvio, por otra parte, que el bagaje peronista asoma en cada frase de este libro, aunque lo hace de una manera que también nos interesa. Pues en la polisemia de un movimiento que dio dignidad en los 40 y disgustos en los 90, Rossi siempre rastrea su mejor versión, lo que incluye la predisposición a admitir carencias que aún deben ser mejor pensadas.
En este volumen hay fragmentos de una vida (la de Rossi) convertidos en comprensión profunda de la política, y fragmentos de una patria (la nuestra) que el autor reconstruye desde una impertérrita exhalación ética. Esa que surge de la lucha de un hombre que ve en parte hoy realizados los sueños que siempre lo entusiasmaron. Democracia a fondo, antiimperialismo, justicia social.
Juan José Giani


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