Un comentario sobre la Asamblea del año XIII
Un comentario sobre la Asamblea
del año XIII
enero
de 2013
Una anécdota sobre Borges, quizás apócrifa, cuenta que en el velorio de su
madre se le acercan dos amigas de la finada.
-- Pobre Leonor, morirse a tan poco de cumplir cien años.
-- Ay, señoras, qué devoción por el sistema decimal.
Las propiedades taumatúrgicas de los números arábigos y el éxito de los
fastos del bicentenario nos predisponen a la conmemoración. Y este es el nuevo
año de la Asamblea del Año XIII. Lejos ya y a salvo de mis maestras y
profesoras del colegio, me permito unas líneas no conformistas sobre su
significación.
Para el recuerdo escolar y para mucha historiografía consagrada, la
Asamblea del Año XIII representa un hito importante en el camino hacia la
independencia y la libertad.
Ciertamente es difícil no concordar con sus leyes y declaraciones, muchas
en sintonía con la Constitución de Cádiz de 1812, impulsada por liberales y
constitucionalistas españoles.
Abolió la mita, la encomienda, el yanaconazgo y el
tributo para los indios. Bien.
Abolió los títulos de nobleza, el mayorazgo y la
Inquisición.
Bien, aunque no tenían gran presencia en este
virreinato.
Abolió los tormentos para investigar la verdad y mandó
quemar los instrumentos de tortura.
Excelente, aunque no puede decirse que haya sido muy operativo.
Determinó la libertad de vientres, es decir, la de los
hijos de esclavos nacidos después del 31 de enero de 1813.
Bien, pero reculó de abolir la esclavitud ante las
presiones de la corte portuguesa, con la que los gobernantes porteños estaban
en tratativas y a quienes entregaron luego la Banda Oriental. Para el fin de la
esclavitud hubo que esperar hasta la Constitución de 1853, y no sin reclamos del Brasil a
Urquiza, que aceptó durante unos años la devolución de esclavos que cruzaban la
frontera.
Estableció la libertad de cultos, y la religión
católica como culto oficial del Estado. Proclamó la libertad de imprenta.
Reformó la administración de justicia anulando la apelación a los tribunales
españoles. Consagró el 25 de Mayo
como fiesta patria, creó el escudo nacional, y adoptó como Himno la Canción
Patriótica de Vicente López y Planes y Blas Parera. Hizo acuñar monedas con el
nombre de Provincias Unidas del Río de la Plata.
Creó el Directorio como forma de gobierno, que no se destacó por sagaz ni generoso en la
política del Plata. Designó como Director Supremo a Gervasio Posadas, sin mucho
más mérito que ser notario del Obispado y tío de Alvear, presidente de la
Asamblea.
Fue convocada a fines del 1812 por el Segundo
Triunvirato. Éste vino a sustituir al primero, que inspirado por su numen
Rivadavia no había dejado desatino por cometer.
El Primer Triunvirato disolvió la Junta Grande para
retacear la participación de las provincias y del "bajo pueblo" porteño;
ajustició, por un motín que no se manifestó, a Martín de Álzaga y una treintena
de supuestos conjurados, colgando sus cadáveres por un mes en la Plaza; en
paralelo con esa dureza pactó con el virrey Elío la entrega a los realistas de
la Banda Oriental, con lo que generó el malestar del pueblo de la campaña, la
retirada de Artigas y el Éxodo Oriental; reprendió a Belgrano por exhibir nueva
bandera y le ordenó retroceder hasta Córdoba en vez de batallar en Tucumán.
Dureza hacia adentro y debilidad hacia afuera.
Mucho mejor que el Primero, el Segundo Triunvirato
tuvo su origen y sostén en los jefes militares que dieron el golpe, entre los
que primaban Alvear y San Martín. Necesitaba ganar o recuperar la confianza de
los pueblos del interior, que recelaban de las pretensiones hegemónicas
exhibidas sin tapujos en Buenos Aires y de sus tendencias pactistas. Se convocó
entonces, con tono independentista, a una Asamblea que dictaría la Constitución
para el nuevo régimen, asignando cuatro representantes a Buenos Aires, dos a
cada capital de provincia y uno a cada ciudad importante, con el privilegio a
Tucumán de enviar dos por el reciente triunfo sobre los realistas.
Para sus hagiógrafos la Asamblea del Año XIII no llegó
a cumplir sus objetivos principales debido al cambio de contexto político, y
aunque no declaró la independencia ni dictó
constitución alguna, su labor legislativa ratificó indirectamente la vocación
independentista. Para cierta izquierda revisionista el contenido liberal y
autonomista de sus declaraciones fue fomentado por la facción post-morenista y
sanmartiniana, contra rivadavianos y alvearistas.
Ciertamente el contexto se complicó al avanzar el año.
El fracaso de Napoleón en Rusia abriría las puertas a la restauración
monárquica europea, y Fernando VII mostraría que no era liberal sino
absolutista, necio y mala gente. Las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma agravaron
la amenaza realista desde el Alto Perú, y su presencia en Montevideo ofrecía
cabeza de playa a una expedición desde España.
Esos acontecimientos habrían sumido en la indecisión a la Asamblea, temerosa de adoptar medidas de fondo que
luego no pudiera sostener. Para los revolucionarios porteños había llegado la
hora de la prudencia, por lo que enviaron misiones diplomáticas para tantear la
voluntad de Fernando VII, evitando tomar cualquier decisión que pusiera en
peligro las eventuales negociaciones.
La Asamblea se proclamó soberana, afirmando que
residía en ella "la representación y el ejercicio de la soberanía de las
Provincias Unidas del Río de la Plata". Si bien para sus apologistas esto
supone una tácita declaración de independencia lo cierto es que más que a
distanciarse de Fernando VII apuntaba a sustraer a los diputados del mando,
representación e instrucciones de quienes los habían elegido, para afianzar el
centralismo y abortar las aspiraciones independentistas y confederales.
Las más claras de esas instrucciones fueron las de los
diputados orientales, rechazados con argumentos falaces justamente porque exigían la declaración de
la independencia y la organización de un estado en que cada provincia
conservara las facultades no delegadas expresamente. Esto provocó la ruptura
entre Artigas y el gobierno porteño, que lo declaró su enemigo. Aquellas
instrucciones eran, además, mucho más avanzadas y categóricas en términos
doctrinarios.
Asamblea ‘pour la galerie’ o
fulbito para la tribuna, no es que a pesar de no declarar la Independencia ni
dictar la Constitución avanzó en declaraciones importantes, sino que hizo
declaraciones importantes para tratar de ocultar que no cumplía con el objetivo
de la convocatoria. Lo que omitió hacer resultó infinitamente de más peso que
lo que declaró, y abrió las puertas a la invasión portuguesa para exterminar al
artiguismo y a la guerra civil que nos desangró por años.
Habrá quien considere
exagerada la máxima sanmartiniana "serás lo que debas ser, si no, no serás
nada". Me resulta difícil pensar que la cumplió la Asamblea del Año XIII.
No cumplió la máxima sanmartiniana.
ResponderEliminar¿Unknown?anadmi es Angela Adriana Milocco
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