Una pena por Hugo Chávez
5 de marzo de 2013
Una pena por Hugo Chávez
“… dio el alma a quien se la dio
(el cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.”
(el cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.”
Jorge Manrique
- Coplas por la muerte de su padre – 1477
Una pena Hugo
Chávez, que se nos ha muerto aunque no “como
del rayo”, que se ha muerto despacito, extinguiéndose dolorida y
dolorosamente. Pena por su propio sufrimiento, por el de su familia y por el de
esos venezolanos con los que construyó un cariño que ha ido más allá de una
adhesión política de partido.
Una pena también quedar privados de su
protagonismo militante, de su retórica desafiante, de su pedagogía incendiaria,
de su ideología redentora puesta en actos. Me hubiera gustado verlo levantarse
a batallar una vez más contra “mandones
sin ley”, y me hubiese divertido ver a los profetas del odio envenenarse en
su propio aliento pestífero. Lástima, no pudo ser.
Lamento que haya padecido esos sus
secretos dolores, y que los haya sufrido en demasía para mantener, alimentar y
asegurar la pelea por la dignidad americana. Pena entonces por la persona y
pena por no poder contar más con él como referente de la unión latinoamericana.
Pero al mismo tiempo alegría y contento
por su muerte en plenitud, su muerte en medio de estos enormes logros
continentales que le deben gratitud, que son en mucho de su propia hechura.
Tres tipos de vida señalan con maestría
poética las coplas de Manrique; la humana, terrena y efímera; la de la fama, de
largo aliento en la memoria del pueblo; y la eterna, a la diestra de Dios. Yo
-que sólo creo en las dos primeras- pienso que se las ha ganado y las tiene
plenas nuestro comandante Chávez.
Si El Cid hasta en la muerte ganaba batallas, lo mismo Hugo Chávez. La suya es muerte de un patriota latinoamericano como no ha habido otra, en el sentido de que rompe la leyenda del eterno fracaso. Las usinas del desencanto nos han alimentado por siglos con una supuesta tragedia latinoamericana que recupera el mito de Sísifo de ascenso esforzado y caída cada vez que vamos a alcanzar la cumbre, de ruina circular. Chávez muere encarnando el éxito que se nos escapó en la Independencia, y que nos fue negado durante doscientos años.
Si El Cid hasta en la muerte ganaba batallas, lo mismo Hugo Chávez. La suya es muerte de un patriota latinoamericano como no ha habido otra, en el sentido de que rompe la leyenda del eterno fracaso. Las usinas del desencanto nos han alimentado por siglos con una supuesta tragedia latinoamericana que recupera el mito de Sísifo de ascenso esforzado y caída cada vez que vamos a alcanzar la cumbre, de ruina circular. Chávez muere encarnando el éxito que se nos escapó en la Independencia, y que nos fue negado durante doscientos años.
Pienso en nuestro Artigas traicionado y
derrotado, sobreviviéndose viejo y olvidado por más de treinta años en su
exilio paraguayo; en Bolívar enfermo y de derrota en derrota, negado por los
suyos, pensando que ha “arado en el mar”; en San Martín y su exilio apacible,
reconocido como héroe militar, pero marchito y muerto como político. O en
Sandino y Allende, asesinados por la barbarie oligárquica dirigida por el brazo
imperial. En Getulio Vargas y su suicidio impotente; en Yrigoyen, muerto en el
abandono, violentado y denigrado; o en Perón, muriéndose ante la centrifugación
violenta de su movimiento y la tragedia de su patria.
¿Qué libertador, qué patriota de aquéllos murió
pleno de éxitos, viendo cómo se consolidaba su obra, se profundizaban sus
anhelos y se multiplicaban en toda la América sufriente los procesos nacionalistas,
modernizadores y socializantes que ellos mismos habían impulsado? ¿Quién pudo
ver que la tea encendida, la tea inaugural de Murillo, fuera recogida por otros
líderes mientras se encendían procesos semejantes?
Quizás Washington, pero no sé si contarlo
porque el éxito de su cruzada libertadora cubrió de males, a poco de andar, a
la América nuestra. Quizás Francia (menospreciado aún por historiografías
progresistas), pero acotado y confinado en su aislamiento paraguayo.
Hugo Chávez muere en pleno triunfo
continental de sus ideas y de sus obras, con América Latina disfrutando su
mejor tiempo económico e institucional, plena de paz, reafirmando su cultura y
proyectándola a futuro, rompiendo los “cien años de soledad”, con procesos
políticos paralelos, hermanos, herederos y beneficiarios del chavismo.
Y aunque se retuerza en su odio y en su
impotencia el gorilismo continental: hay movimientos políticos de liderazgos
fuertes, sí, pero capaces de sucesión institucional. Hay liderazgos
importantísimos, pero con cuadros políticos de complemento, sustitución y
reemplazo. El kirchnerismo es más que Kirchner, el Frente Amplio más que Tabaré
o Mujica, el PT más que Lula y Dilma, y lo mismo en Bolivia, Ecuador y
Venezuela.
Si sus actos cimentaron su fama, y su fama
mantendrá en nuestra memoria a Hugo Chávez, la buena política y la continuidad
institucional afianzarán su legado político. Se lo debemos todos.
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